lunes, 1 de agosto de 2016

Lovecraft. Una mitología, de David Hernández de la Fuente.

Si hay tres biografías que actualmente me interesan son las de Philip K. Dick, Edgar Allan Poe y Howard Phillips Lovecraft. Así que, cuando tuve ocasión, pillé en un momento el presente título, notando su particularidad en medio de la oferta atractiva. 110 páginas publicadas por Biblioteca ELR que daban espacio a un escritor y profesor español que aunaba conocimientos de la antigüedad clásica y gustos modernos. La mirada breve a la vida del ermitaño de Providence se hacía buscando sus lecturas y gustos clásicos, influenciado grandemente por su abuelo, ante el que quedaba embelesado escuchando el relato de sus viajes por Roma.
La presente obra es breve y, necesariamente, sintética. Los datos que maneja de la vida y obra de Lovecraft no son demasiados y se hacen asequibles pero saben a poco y uno desea saber más. Compensa el estilo personalísimo del autor, capaz de descubrirnos la base mitológica y la capacidad creativa del americano, que sobrevuela varios acontecimientos vitales rodeados de reflexiones y hasta monólogos dirigidos al mismo. Alegra también saber de la poesía de alguien a quien solo conocía por su narrativa. Junto a ello, claves de interpretación, anotaciones desde algunas obras y personajes enloquecidos por ese terror cósmico del que Lovecraft es maestro, citas que reviven tras siglos de haber sido escritas. Si buscas una biografía esta no es completa ni exhaustiva sino que maneja pocos datos y fechas, islas en un océano de mitología, autores clásicos y párrafos del autor en honor y aclamación del biografiado. Ello puede convertir el libro en algo interesante o en una decepción breve al quedar tan en el aire la propia vida de Lovecraft. Mi primer impulso fue de deseo de más y decepción. Nuevas lecturas me ayudaron a profundizar en las aportaciones de don David y ver la luz que rodea los tenebrosos gustos y textos del señor Howard. Pero, bueno, ya nos avisa el título que la cosa es de corte mitológico y no una desapasionada crónica biográfica.
Bonita manera de comenzar: señalando un momento crítico que, a mayores, es un punto oscuro e impenetrable, debatido pero irresoluble; un misterio que atrae y que supone 6 años de introspección, de soledad, de los cuales solo daremos cuenta de su transformación, su antes y después, su oscuro descenso al silencio y su regeneración luminosa en cuanto creatividad literaria de tenebrosos finales. De 1908 a 1914, negrura, introversión, batalla interior que solo podemos deducir de sus escritos, puesta en boca de los personajes siempre a punto de crisis, lucha en las trincheras donde manía y razón se enfrentan. En su caso vence la manía, la locura, la literatura. Para el profesor de la Fuente es una lucha que se repite una y otra vez, un ciclo de choques y encontronazos entre razón y literatura. Batalla que no admite más que una vencedora. La crisis puede resolverse en creación, en algo distinto a lo ya dado. La lectura puede conducir a la locura, como le sucedió al hidalgo Alonso Quijano.
El joven Lovecraft lee con fruición, por momentos devora páginas. La mitología se instala en su cotidianeidad, el paganismo invade su corazón, sus ansias imaginativas le llevan a sospechar y hasta casi ver aquello sobre lo que ha leído. Incluso desea parecerse a aquellos seres que los antiguos describieron. El futuro escritor, ardiente lector, encarna a sus personajes o, al menos, lo intenta. El mundo clásico va cediendo sus secretos al joven escolar, impulsado por los relatos de su abuelo. Se forja, poco a poco, la renovación de la mitología, una mirada distinta sobre el mundo que no va a resultar alentadora y alegre sino tétrica, ignorante por momentos, enloquecida y febril. Finalmente, cuando llegue la cima de la nueva epifanía, los ojos no descubrirán la racionalidad y equilibrio de la naturaleza y sus leyes sino el terror al revelarse misterios y horrores antiquísimos que solo duermen, esperando una conjunción astronómica propicia y un número suficiente de adoradores y víctimas propicias. Ignorar supondrá la felicidad, buscar la verdad el inicio de la locura... y la muerte subsiguiente e inevitable. Los finales felices brillan aquí por su ausencia.
El niño lector y enfermizo se asombra ante las luces de Grecia y Roma pero no se queda en ellas y navega por ciudades lejanas del oriente e islas que guardan los restos de culturas como la minoica. Estéticamente, elige a los griegos como superiores. Escribe algunos poemas que recuerdan a los dioses antiguos, usa sobrenombres para firmar cartas (tal como el de Abdul Alhazred, el árabe loco que escribe el maldito Necronomicón), se forma en lo mitológico y en lo científico. Sabe que el cielo lo mismo es el escondrijo de horrores primigenios informes como de brillantes estrellas que le conducen a la contemplación extática. Vive en medio de un universo femenino y de la omnipresente soledad, refugio para lecturas, invocaciones paganas y descanso para su inestable salud. Estudia y hasta se espera que entre en la universidad pero meses antes de poder graduarse cae víctima de una crisis nerviosa sobre la que apenas sabemos algo. Más soledad, más feminidad en torno suya, más oscuridad que le atenaza.
Algunos datos sobre su familia que aparecen en el libro y nos sumergen en su particular universo de fuerte presencia femenina. Curioso es luego que en sus relatos no haya féminas recordables. Su infancia es solitaria y parece tocada por la debilidad de salud. A la repetida idea de que su madre le vestía como una niña, el autor nos dice que hay una leyenda anglosajona, con su respectiva superstición, que llevaba a los padres a vestir a su hijo como niña, salvándole de los peligros de duendes y seres malvados que iban a por los varones de casa. Un detalle a tener en cuenta porque la imagen popular del jovencito Lovecraft es la del nene vestido cotidianamente de nena. Lástima que esta información se ofrezca en una Nota y no forme parte del texto biográfico. Pero sigamos. Su padre muere cuando nuestro personaje cuenta 8 años (5 de los cuales son como ingresado, el padre). Su abuelo, fascinante presencia masculina en casa, narrador al que Howard prestaba gran atención, muere cuando cuenta 14 años. Su madre lo hace cuando tenemos ya a un maduro lector y escritor de 31 años. Poco tiempo después se casaría y en cosa de un año ya se habla de domicilios separados y divorcio. Es un hombre casero, con dedicación a la escritura, ya sean relatos propios, arreglando o reescribiendo ajenos, sin olvidarnos de su monumental producción de cartas.

Fue a la escuela pero no pudo aprovecharla demasiado o, al menos, no totalmente. Salud quebradiza y una crisis nerviosa que le saca del mundo durante 4 años. Estaba en la transición a la edad adulta, estaba a meses de graduarse, terminar el colegio y pasar a la universidad. Todo queda truncado para este apasionado lector que ahora iniciaba un recluimiento doméstico del que apenas sabemos algo. ¿Más lecturas, nuevos versos, observaciones astronómicas, siguiendo el gusto que alimentaba desde hacía un tiempo por las estrellas, sueños sublimados en pesadilla? Aquí el profesor de la Fuente nos invita a releer algunos textos del maestro en clave autobiográfica. Su personaje Nathaniel Wingate, de En la noche de los tiempos,  sería la voz catártica que intenta verter en palabras lo inefable. Un viaje de conocimientos y visiones arcanas que le conducen a la sospecha de que la realidad esconde otros mundos y no son precisamente mejores que el conocido.

Quizás quien nos aterroriza con sus relatos es quien más miedo ha pasado. Cosa que expresa magníficamente al relatar pero cuando intenta explicar y sistematizar no convence. Miedo en un maestro del horror; un horror informe, atávico, descomunal, enloquecedor. Miedo que él mismo expresa en una carta que así dice: mi gusto por las cosas extrañas comenzó muy pronto, pues siempre he tenido una imaginación desbordantemente incontrolada. Tenía miedo de la oscuridad hasta que mi abuelo me curó haciéndome caminar a través de cuartos vacíos y pasillos por la noche, y tenía una tendencia a forjar fantasías acerca de todo lo que veía.

Lovecraft dio lugar a una nueva mitología basada en lo dionisíaco, lo místico y lo gótico. Una nueva perspectiva que no murió consigo y que sobrevivió, ampliando su radio de acción, gracias a su círculo de amistades escritores. En este punto podemos distinguir a ese círculo de íntimos (aunque la relación era básicamente por cartas), a colaboraciones puntuales y a quienes imitaron e idolatraron al maestro, al nuevo pagano que ya de niño se atrevía a ofrecer pequeños sacrificios a los dioses mitológicos.

La edición que tengo es la primera, Madrid, 2005, de 110 páginas. Una introducción nos presenta la lucha entre literatura y razón, combatientes que metamorfosearon la vida de tantos y tantos, creando personalidades geniales como la de Lovecraft... al vencer lo irracional. Su nueva mitología sigue viva y atrae, de ahí que un nuevo libro sobre el ermitaño de Providence siga siendo novedad. Luego, cuatro capítulos para darnos algunos datos de su vida y zambullirnos en el mar de sus influencias, miradas a los arcanos mundos que le sirvieron de pilar y elocuentes balbuceos dirigidos por el biógrafo al creador literario. ¿No dicen que el libro es diálogo o como tal puede leerse? Pues aquí ya tenemos un inicio de conversación y ruego al que nos mira ya desde otra dimensión. La obra poética no se refleja aquí con sus títulos, aunque sí haya fragmentos traducidos a lo largo de la obra. Lo que sí queda registrada es su obra narrativa, una selección bibliográfica que incluye títulos en castellano y varias webs básicas, rematando por un compendio de películas que tomaron los relatos lovecraftianos como inspiración.

P.D. Entrevista con el autor.

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