jueves, 28 de febrero de 2019

El monstruo de la laguna negra, de Jack Arnold, 1954.

El monstruo de la laguna negra, de Jack Arnold, 1954, es una joyita que no hace mucho he descubierto. 


Una película que devino en clásica y que es muy recuperable. Yo recordé su existencia al ver (o parecerme) una mano monstruosa en una vitrina, durante la película La Momia (2017). La escena es rápida y no me ayudó a identificarla. Lo mismo era el fósil que aparece al inicio de esta película de los 50, que era la garra amputada de Lorelai (entonces habría un homenaje a Amando de Ossorio, además del de los templarios), que no es ninguna de la dos.

La cosa es que esta película en blanco y negro la disfruté. Un ritmo calmo pero no exento de emoción y creciente tensión, magníficas imágenes subacuáticas, un monstruo bien formado y figurado, una historia donde ciencia y sueños se entremezclan y sacan lo mejor y peor del hombre. También me gustó el trato inicial del personaje femenino: una científico que acompaña a su amado y se enfrenta al peligro y la aventura. Luego ya, por desgracia, cae en el tópico de "chica en apuros".

La historia comienza con un espectacular visionado del inicio del mundo, citando el Génesis, y la marcha de una forma de vida evolucionada desde el agua a la tierra firme. Vemos sus huellas y, saltando al presente, vemos un fósil. Este es hallado por una expedición que se ha introducido en la selva amazónica. Es una garra nunca vista. Lo curioso es que veremos emerger del río una garra similar... no fosilizada.

La investigación sobre el ser del que formó parte, su época de vida y la busca del resto del fósil, correrán parejas a la lucha por la supervivencia y las reflexiones sobre la evolución y las posibilidades de nuevas formas de vida en el espacio y bajo el agua. Precisamente, en este medio, pasaremos bastantes minutos de película, disfrutando de las maravillosas imágenes filmadas. Un muy buen trabajo. Además de poder ver, por fin, al ser que ataca a la comitiva y cuyo antepasado fosilizado salió a la luz al principio, veremos lo bien que trabajaron su figuración. Nada con soltura y rapidez. Su forma es la de un ser antropoide enfundado en capas de duras escamas, gran cabeza provista de branquias laterales, ojos grandes y boca a tenor. Es anfibio, pero su medio natural es el agua. Su resistencia a drogas, arpones y balas queda patente, al sobrevivir a varios ataques.

Interesantes son las posturas de los viajeros, repartidas entre el atacar al monstruo y el dejar al ser en paz. Bueno, la cosa podría haberse quedado ahí si no fuera porque el anfibio les cierra la salida de la laguna donde vive y los humanos se las ven y desean para poder escapar. la confrontación está servida y la tripulación se verá reducida.

Lástima que no explotasen un poco más a la fémina del grupo. Comienza su papel muy bien: como mujer moderna, aventurera y científica, aunque apenas aportará fuerza o destrezas mentales durante el filme. Es un papel que se queda en un podría pero no quiero y que acaba como la típica chica raptada por monstruo. Sí, como sucede en King Kon, por ejemplo, la mujer es raptada y precisa del rescate del amado y sus compañeros.

Al anfibio antropoide le sitúan el origen en unos quince millones de años y sobre él se hacen preguntas que van desde la curiosidad científica hasta la necesidad de darle muerte. Su agonía es épica. Tras ataques en el agua, recibe varios disparos a quemarropa. Pero no le rematan, porque hay quien se apiada de él. Seguiremos al pobre superviviente y a los pocos humanos que quedan en pie hasta el borde de la laguna, siguiendo el descenso, aparentemente como peso muerto, de un auténtico fósil viviente.