miércoles, 18 de marzo de 2020

'Virgen entre los muertos vivientes', dirigida por Jess Franco, 1971

Una chica (Christina von Blanc) llega a una posada y pregunta por cierto castillo, despertando el asombro de quien le atiende. ¡Le dice que no hay alma viviente allí! Y yo me acuerdo de Drácula, con ese joven Harker viajando a un destino sombrío, despertando a su alrededor un mundo de supersticiones, asombro y amuletos. Pero también recuerdo a la huida excursionista de 'La noche del terror ciego' (Amando de Ossorio, 1972) que, mientras escapa de un tren en marcha, los maquinistas comentan su destino, un lugar baldío y desolado. A diferencia de cualquiera de estas dos, en la peli de Jess Franco, la posadera pasa de la viajera y la deja a su suerte.

Un mudo (encarnado por el propio director, Jess Franco) es el encargado de llevarla a una preciosa casa, como un palacete, donde cada uno de sus familiares parece perdido en su mundo. O eso o es que la actuación es forzada y anodina, transmitiendo un aura de individualismo palpable. Y no sé si es mejor esa atmósfera o la del funeral que, pronto, la protagonista va a vivir: mientras unos entonan unas letanías en latín, otra se hace las uñas. ¡Y la muerta sentada en una silla! ¡Y los latines son máximas y dichos, no responsos!

No será la única muerte que la joven va a presenciar, todo en medio de un ambiente malsano y esquizofrénico: por un lado, los vecinos le dicen que en la zona no vive nadie, por otro, ella convive con familiares a los que apenas conoce y que le resultan extraños, aunque les dice, convencida, que se siente a gusto con ellos... para luego salir gritando ante la visión de una chica que practica cortes a otra o al ver que entre dos están descuartizando un cuerpo para robarle las joyas...

Con la muerte no se bromea y te aseguro que conozco sus gustos. Sé cómo es. Es bienvenida en esta casa. ¡Toquemos en su honor! Nada es demasiado bello para ella.
Pronto sabremos más, retorciendo el hilo de los acontecimientos: ella es la hija de un hombre que murió, de quien no se pudo despedir, su padre se le aparece para decir que lleva sangre maldita en su joven cuerpo vivo, que debe huir; sus familiares no comen ni quieren tratos con otros... vivos; se lee el testamento y ella no quiere quedarse sola en la mansión; el comportamiento de los familiares la hace gritar, asustarse, desmayarse, pero sigue queriendo que se queden con ella, en su casa; la encuentran, en estado febril y sola, en medio del valle sin vida y un médico la trata, diciendo que delira... Me recuerda a la mexicana 'Satánico pandemonium' (Gilberto Martínez Solares, 1975) y su delirante monja obsesa.

Ha sido difícil descuartizar a esa vieja zorra. Aún se movía cuando hemos empezado, sobre todo sus manos. Parecía que no quería morirse, pero no se ha salido con la suya.


Qué dura, pero tan poética y hasta bella, la escena final, con las ánimas que no encuentran descanso, con la narrativa (que se ha manifestado en varias ocasiones a lo largo de la película) de un destino aciago, dejando un poso de insatisfacción y resignación, pero también un desapego y cierto ánimo ante una muerte segura... que no tiene por qué ser el final... aunque tras ella no parece sino que todo empeora...