La luna, casi llena, vista desde O Outeiro, en Louredo, con la perspectiva del canastro (hórreo) familiar. Los cielos despejados de estos días permite un seguimiento cercano de nuestro satélite natural, aunque se siguen consultando los calendarios, de modo que se programan las labores con antelación.
No falta en las paredes de las casas de Louredo un calendario que recuerda los días de las fases lunares. Es un dato muy socorrido. Y se han consultado en otros calendarios, como es el “taco” o, también, “o da Zeltia”. El primero conoce varios formatos actualmente, pero de siempre se trajo a casa el tradicional, compacto, de letra pequeña, legible, con hojas repletas de referencias religiosas y culturales. Se suele arrancar una por cada día que pasa. En su frontal, los datos cronológicos y astronómicos; en el reverso, cada día una sorpresa. Lo mismo encuentras un texto poético que una reflexión filosófica, un chiste o un recorte de predicación papal, una historia sobre alguien conocido o la biografía reseñada de alguien interesante. El otro calendario, “o da Zeltia”, solía adquirirse, o te lo regalaban, en el instante de comprar sulfato o mineral para el campo. Siendo un librito donde se promocionan los productos de la empresa, sus hojas acogen interesantes aportaciones sobre cultura popular, dichos y chistes, además de fechas de ferias, datos sobre las diferentes mediciones y cantidades por provincias… Y cada mes, además del santoral y calendario, una propuesta meteorológica para todo el año.
La luna, ya esté el cielo despejado, ya nublado, es centro de atención para los asuntos terrenos. Algo viejo bajo el sol, pero no por ello olvidado. Al revés, nuestros vecinos lo viven muy de cerca y lo comentan. El peligro es que nuestra generación actual lo desconozca y olvide. Al menos, que queden unas líneas como memoria de una tradición oral que se pierde. Este texto es introducción al tema, pero precisa de vuestra sapiencia y ganas de escribir para completarse y reflejar mejor la relación del pueblo de Louredo con la luna.
“Estar de luna” no es buena frase, pues te dicen que estás con el ánimo cambiado, te encuentran arisco o despistado, cuando no realmente enfadado por, aparentemente, nada. Se relaciona esta frase con los cambios de luna y la luna llena, más en concreto. Como los rayos del sol tuestan tu piel, los de la luna parecen entrar y penetrar hasta trastocar tu psique en parte. De todas maneras, no hay problema ni restricciones a la hora de disfrutar de la luna llena, ni quedarse un buen rato embobado ante ella. Surge el comentario cuando vemos a alguien con una actitud negativa, diferente a la cotidiana y que llama la atención.
La luna más mentada y que más atención recibe es la menguante. Por relación, también la luna llena, como fase que avisa de la mengua, pero en segundo lugar. Es en menguante cuando se procura realizar una serie de labores agrícolas. Se relaciona la fase menguante con la reducción de fuerza germinativa, la potenciación del mundo subterráneo y el control de crecimiento. Por ello es normal localizar la luna menguante del mes y programar la arada, la siembra, la cosecha y la poda, así como la limpieza de frutos. Como norma general, el menguante es propicio a que todo lo enterrado surja con fuerza. El mundo oscuro, como oscura se vuelve Selene, es motivo de atención y cuidado.
El creciente y la luna llena están en sintonía con la fuerza en la rama, mientras que el menguante se ve como propicio para la fuerza dirigida al fruto. Así, se procura arar en menguante, de modo que la siembra del maíz cuadre en esa luna. También la siembra de patatas y el trasplante de las nuevas cepas a la tierra que las verá crecer, tras rellenar las gabias de "estrume" y estiércol. La cosecha se realiza en menguante, así de patatas como de maíz, siendo época buena para la poda de las cepas y para la limpieza de los “ojos” de las patatas, ya guardadas en casa, y las ramas nuevas que salen de las cebollas enramadas y colgadas. La luna menguante también marca el tiempo de embotellar el vino. Tras pisar la uva, dejar que el mosto hierva, "trafegar" el vino y analizarlo periódicamente, se pasa de la cuba a las botellas. Para ello, debe coincidir un día soleado y en semana de luna menguante. A menos que la necesidad apremie, no se embotella en día de lluvia, tormenta o de cielos encapotados.
No todo son malas noticias para la luna llena, pues se considera maravillosa para blanquear la ropa que se tiende bajo su plateada luz. La misma que ayudaba a encontrar el camino de noche a los que salían a horas intempestivas, ya fueran los mozos, que volvían de una fiesta, ya los que cargaban contrabando, desde las cercanas tierras lusitanas.
Lo que sí se veía mal era la luna eclipsada, lo mismo que el sol. Consideración negativa que se extiende a la visión repetida de un cometa, concepción que no afecta a las estrellas fugaces (meteoros).
Una vez limpia la superficie del campo, se colocan varios montones de estiércol y se esparce o reúnen, a gusto, los restos vegetales de la limpieza primera. Con el arado se abren los diferentes surcos, removiendo la tierra e introduciendo el estiércol y la materia vegetal de la superficie bajo tierra. Cuando se termina la arada hay que delimitar el espacio de los riegos, por los que circulará el agua dedicada a regar, y las líneas de plantación o sembrado. Es de máxima importancia fijarse y conocer bien el terreno, de modo que los riegos y líneas de sementera queden bien colocados y el agua fluya con toda naturalidad, de la cima al fondo del terreno.
Arada y siembra del maíz son dos momentos que se procuran realizar en la misma mañana, bajo la fase menguante de la luna.
Los ajos se siembran en menguante. Aquí recupero un texto donde cito la luna llena y su poder atractivo, eco de la creencia popular con la que crecí, acerca de la luna y su influencia en los cultivos.
Ayer,
7-II-2020, en Louredo tiraba "o aire do sur", expresión que denota la
posibilidad de lluvias. Una referencia que, circunstancial mente, podía
complementarse con la de "escóitase o tren". La referencia es la misma,
debido a que el tren pasa por Filgueira y sólo podríamos oírlo si pita y
viene el viento "de abaixo", de ese punto imaginario que nuestros
mayores identificar con el sur, siendo suroeste. Una tercera posibilidad
cabía y es la que hace referencia a una perfecta audición del reloj de
San Benito tocando las horas. El sentido del oído se completa con la
visión del estado de las nubes "cara a Cañiza", pues es la villa de
referencia cuando miramos cara las montañas del suroeste.
De
todas, la Luna, a dos días de caer en llena, parecía llamar los tiernos
tallos de los ajos (en la foto) y las "fabocas", mientras la arboleda
cercana, constituida en buena parte por "piñeiros", producía un
"monótono fungar" que daba gloría oírlo. Son las bellezas de un rural
viejo, cuando no antiguo, que vive en la preciosa cotidianidad de los
ciclos naturales. La mirada de los mayores no sólo se dirigió a las
crecientes plantas, sino que le dedicó una mirada al cielo y un deseo:
que no venga una helada y se los lleve. Este año, podemos decir, este
invierno, no han sido frecuentes, sino que la niebla ha impuesto un
reinado de mayor calado.
Mientras, el "rego" conduce el agua
cantarina desde la "poza de Pedradas". A su fuente seguimos acudiendo
para saciar la sed y da gusto poder acceder a ella, ahora que han
retirado los árboles hace poco caídos. No hace falta regar, así que el
canto sigue camino a "O Cazapedo".
Notas del 28 de octubre de 2021, desde O Outeiro, Louredo, con referencias al ciclo natural, vital y lunar.
De
la planta al canastro, un paso. Se enraízan en el mismo terreno la
semilla y el contenedor del fruto. Un ciclo vital concentrado aquí, con
la visión de las mutaciones que conlleva la germinación y crecimiento
del maíz, mientras permanece el hórreo familiar.
Allí termina la
espiga estos días. Se espera a menguante, tiempo propicio para la poda, y
se recogen las espigas. Reunidas en una "meda", en un montón, se
procede a la "esfolla", consistente en la eliminación manual de las
capas vegetales que protegen los granos dorados. Estas capas parduzcas
quedan a un lado, mientras las espigas se juntan en cubos o cubetas, en
las que serán transportadas al canastro. Allí reposan, bien ventiladas,
hasta que se reclama su presencia en comida para el ganado doméstico o
la confección de harina.
Años ha, ¡cómo avanzó la técnica desde
entonces!, el proceso contemplaba un recorrido más largo, pues si la
primera parte se realizaba más o menos cerca de casa, la parte de la
harina suponía un descenso a las riberas del río Arnoia. En la zona del
Inquiau, donde tantos baños nos dimos de pequeños y hasta aprendimos las
bases de la natación, se situaban varios molinos, todos siguiendo el
recorrido del río o aprovechando un ramal secundario del mismo. De
algunos, situados "más arriba", no recuerdan los mayores el nombre. De
otros, quedan las referencias de "muíños tres" y "muíños dez", numerales
que deben hacer referencia al número de ruedas que molían en su
interior. Allá iban los esforzados louredeses, de noche, para conseguir
la harina. Luego, quizás en la segunda mitad del siglo pasado, hubo uno
que se trajo un molino eléctrico. Y ya hizo el servicio. Tan importante
fue que aún hoy, esa casa donde se molía y donde se conserva el aparato,
se le sigue denominando "A Molinera". Años después, fue un
electrodoméstico extendido por el pueblo. ¡Cuántas familias con vacas!
Época bonita, aunque dura, con la gracia de tomar rica leche fresca de
vaca. Con épocas de algunos litros de excedencia, que se vendía a "las
lecheras", que pasaban a recogerla.
Ahí quedan, enhiestas y
expectantes, las "pallas", unas con espiga y otras sin ellas, pasando
del verde al color tierra, antes de secar.
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