El jueves llovió en San Xoán de Louredo. No con fuerza ni persistencia, sino con calma y finamente, lo cual aquí llamamos "orballo" y "calabobos". La mañana nos puso mala cara para los trabajos fuera de casa, pero ya se sabe que en el pueblo siempre hay algo que hacer.
La decisión fue "esfollar". Consiste en la limpieza de las espigas recogidas. Se les quita la envoltura, grisácea ya y seca, se retiran todos los filamentos rojizos, que son como una matita de fino pelo, y se les recorta lo que sobresalga del "casulo" o se retiran los granos picados. Y es que a veces todavía anda el gusano y no es cosa dejarlo pasar al "canastro". Es un trabajo mecánico y paciente, que permite, cuando no invita, a la charla. Cuando la cosecha era abundante ocupaba varias horas. Antes, y durante el menguante, se corta y recoge la espiga. Almacenada, se libera de su envoltura por capas, se limpia y selecciona conforme al tamaño. Se retiran las espigas más pequeñas o más afectadas, se guardan las grandes y sanas. Transportadas en cubetas, se depositan con cuidado en el canastro, donde se irán secando y endureciendo. En el verano, en lugar de puerta se puede colocar una rejilla. Así, por las noches, se pueden remover un poco las espigas, espantando a las mariposas. Estas salen y se las comen los benéficos murciélagos.
Nuestra gente, generalmente, sigue consultando el estado de la Luna a la hora de sembrar y recolectar. Si las fechas van muy forzadas, a su entender, se fían del tiempo atmosférico. No vaya ser que por esperar, por ejemplo, al menguante, vaya a coincidir con tiempo lluvioso o se haga muy tarde para el vegetal en cuestión. Este menguante trajo la recogida de las espigas de maíz, quedando los "milleiros" libres de su peso, marrones o con su verde casi perdido. También trajo el inicio de la poda, aunque es temprano para la misma, según la costumbre de nuestros mayores, y la hoja todavía no tapiza el suelo de nuestras viñas. ¡Es de admirar la paleta de colores de las mismas en estas semanas! Más cercanos al invierno es cuando se iniciaban las labores de la poda. Coincidía con mañanas frías, casi siempre con nieble espesa que iba aclarando cara mediodía. A veces la veíamos subir desde Arnoia y permanecer varias horas en el hueco de San Benito y Cortegada. Las vides secas, conjuntadas en apretados "monllos", se quemaban para poder calentarse las manos de vez en cuando. Su humo solía confundirse con la niebla, mientras una blanca bola luminosa nos iba señalando la cercanía de un rato soleado.
También se visitaba al "aguardenteiro". El frío animaba a tocar a su puerta y calentarse al amor de una lumbre medida que quintaesenciaba la preciosa aguardiente. La charla estaba servida, mientras un delgado hilo del preciado licor rellenaba garrafones. A veces podías catar aguardientes de otros años, potenciadas por la reserva a una fresca y constante temperatura. Pero hoy ya no tenemos aguardanteiro y puedes llegar a la viña sin cruzarte con otro vecino. Una pena.
Un día de lluvia en el pueblo es sinónimo de placeres. El placer del calor de la cocina de hierro, también llamada de leña o económica; el placer de una comida realizada a fuego lento, con productos que bien han podido salir todos del esfuerzo de mis padres: desde la verdura a la choriza, de la patata a la cachucha; el placer de la conversación que desvela el paso de la historia, haciendo memoria de hechos y personas; el placer de una breve siesta, aunque ya no es tiempo, que bien sabido es que "despois do san Roque nin merenda nin durmiñoque"; el placer de una calma que revitaliza, junto con los colores de la naturaleza adormilada. Las "fabas" ya han dado todo de sí, adelantándose un tanto este año. Aún quedan algunos postreros tomates y pimientos, aunque ya ni su color ni su sabor son los de hace tres semanas.
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