(Sacado de un blog anterior, recordando que este año es Año teresiano)
Va tocando el día a su fin y tras las misas en las parroquias, tras 
los encuentros familiares o cierto descanso, venimos a presentarnos ante
 el Señor, venimos a un último encuentro entre hermanos que nos reanime y
 ponga el broche celebrativo a este domingo, regresamos al calor 
fraterno de la mesa del altar y compartimos la alegría de la apertura 
del V centenario del nacimiento de santa Teresa de Jesús, anunciamos un 
año de gracia que nos acerca el recuerdo de esta trotaconventos 
castellana que empezó buscando el martirio, pasó por el desierto de la 
oración y nos legó una vida que es camino místico de busca y encuentro 
del corazón eterno de Dios.
En tiempos de necesidad y 
apertura a lo trascendente, esta santa andariega y alegre recuerda a 
propios y extraños que Cristo es el rostro visible de Dios invisible y 
que por la humanidad de Cristo llegamos a su divinidad. Que, como en la 
liturgia, vamos de lo visible a lo invisible y en lo manifiesto brilla 
la luz inextinguible de la revelación divina. Es una buena excusa para 
presentarla a quienes no la conocen, pues es maestra y testigo, es 
transmisora de una experiencia preciosa de encuentro personal con el 
Dios invisible que la mimó y le reveló sus profundidades.
En
 tiempos de individualismo y búsqueda personal, será esta reformadora 
animosa un buen referente. Será la espuela que empuja cara profundidades
 mayores más y más adentro en la espesura del corazón humano, siguiendo 
los pasos del Amado que un día, en nuestro bautismo, nos marcó con el 
sello indeleble de su amor y pertenencia. Podremos tomar sus obras para 
proponer al buscador de lo espiritual y de la autorealización que es la 
propia alma el castillo a conocer y conquistar, el bastión en el que 
ondea la bandera de Dios, oteada a veces y reconocida apenas como ansia 
de eternidad y vida.
En tiempos donde vende la novedad y 
lo cambiante, extraños y prójimos veremos a la reformadora que ama y 
porque ama busca lo mejor y verdadero para la Iglesia. Con ella podremos
 aprender el valor de la paciencia y lo bello intemporal, la necesidad 
de reforma en miembros e instituciones dentro de esta gran familia que 
brilla con el esplendor de la fe y, a veces, soporta la negrura del 
pecado y el demonio en su propio seno.
No queramos 
aprehenderlo todo en este momento ni en esta tarde, no. Dejemos que todo
 un año nos enseñe y acerque. Año que en nuestra Iglesia particular se 
vivirá desde este Año Mariano, desde estas ganas de nueva misión y desde
 el inicio de un curso que nos habla de sueños y realidades, de retos y 
propuestas, de Dios y de la humanidad, de lo nuevo y lo antiguo, de lo 
necesario y lo urgente. No hay tiempo de más, no al menos hoy. Así, 
pues, callo, y con todos vosotros, celebro esta misa y esta apertura de 
Año Jubilar teresiano. No podríamos hacerlo desde mejor lugar que este 
Carmelo que nos acoge e invita, que nos agradece la presencia y nos 
lanza al desafío de conocer y tratar con esta buena amiga de Cristo y 
hermana nuestra.
(Pronunciado el domingo 19 de octubre de 
2014, en el carmelo de Ourense, a los pocos minutos de las 19 horas, 
justo antes de la Misa presidida por el Sr. Obispo, monseñor Leonardo 
Lemos) 
 
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