Película de Jesús Franco, 1973, con exteriores de Lisboa y Madeira. A
esta isla mucho se la cita: como lugar de vida, como objeto de estudio,
como sentimiento hecho canción, como lugar al que regresar después de
haberla abandonado.
Estamos ante un drama con toques sobrenaturales. Ana vive con su padre, y parece ser huérfana desde temprana edad. Este la quiere a su lado, en su casa, por eso se opone a sus relaciones con chicos, que la llevarían al altar y a la despedida. Un día, sí accede a la proposición de matrimonio de un joven investigador arqueólogo. Pero, antes de la boda, se ahorca. Su hija lo ve en un espejo antes de enfrentarse a la imagen de su padre colgado.
Ana rompe la relación y se va, iniciando una vida bohemia volcada en conocer personas distintas y vivir intensamente su pasión musical. También hará sus pinitos sobre las tablas de un teatro, interpretando Medea.
Pero no tendrá amantes. Cualquier hombre que desea intimar con ella acaba muerto por su mano. En un estado de trance, ella recibe una daga antigua y los mata.
La tensión crece hasta que oye la voz de su padre que la llama. El espejo donde se reflejó su suicidio se convierte en una especie de televisión donde descubrimos los deseos incestuosos del muerto (toda la película solo nos muestra el lado tierno del padre, relacionado con la infancia, además del posesivo, pero sin libido de por medio). Ana regresa a su casa, pero una tía suya rompre el espejo...
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