miércoles, 23 de agosto de 2023

Martirio de san Xoán VI

- Día anterior-

 

En el Nombre del Padre...

--Oración inicial para todos los días--

Gloriosísimo san Juan bautista, precursor de mi Señor Jesucristo, lucero hermoso del mejor Sol, trompeta del Cielo, voz del Verbo eterno, pues sois el mayor de los santos y alférez del Rey de la Gloria, más hijo de la gracia que de la naturaleza, y por todas razones príncipe poderosísimo en el Cielo, alcanzadme el favor que os pido en esta novena si fuere conveniente para mi salvación y, si no, una perfecta resignación, con una abundante gracia que, haciéndome amigo de Dios, me asegure las felicidades eternas de la Gloria. Amén.

--Oración propia del día--

Dulcísimo y elocuentísimo Juan, amado protector mío, que siendo voz que clama en el desierto disteis bien a conocer vuestra fortaleza invencible, predicando a los peñascos y a las selvas las verdades que no querían oír los hombres, porque ofende la luz a quien está hecho a vivir entre tinieblas. Y hacíais con vuestros clamores que lo insensible, con sus ecos, diese testimonio de su ceguedad y de vuestra constancia, por cuya razón os apellida el Crisólogo: voz de los apóstoles y silencio de los profetas. Suplícoos, santo mío, que por estas grandes excelencias me alcancéis la virtud de la fortaleza, para que echando de mí todos los vanos temores y flojedades, logre el triunfo de mis enemigos, que me asegure el galardón de la Gloria y me concedáis el favor que os pido en esta novena, si me conviene. Amén.

Hacemos nuestras peticiones.

Padre Nuestro, Ave María y Gloria.

--Oración final--

Santísimo y humildísimo señor san Juan bautista, que siendo tanta vuestra santidad ocupáis un lugar muy distinguido en la Gloria, y siendo tan grande que, como dice san Agustín: quien es mayor que vos no es hombre solo, sino Dios también, con todo eso dijisteis que no os convenía otra cosa que apocaros y disminuiros, y que siendo reputado por Mesías y Salvador del mundo negasteis, por vuestra humildad, aún el ser profeta, siendo más que profeta. Haced, santo mío, que yo conozca mi bajeza y que me humille con este conocimiento hasta considerarme el más indigno y peor de los hombres, sin dar entrada en mi corazón al más leve pensamiento de soberbia. Y haced, glorioso santo, que sobre este precioso cimiento de la virtud fabrique yo, con el ejercicio de las demás, un perfecto edificio de santidad, arrancando de mi corazón todos los vicios y poniendo en orden y sujección todas mis pasiones. Poderoso sois, santo mío, y aunque yo, indigno de que oigáis mis súplicas, poned los ojos en los méritos de vuestro primo Jesús y de vuestra tía María Santísima. Y, pues esta mi principal súplica es agradable a sus ojos y a los vuestros, alcanzádmela, glorioso santo, para que con ella logre yo una perfecta y santa vida, y una feliz y dichosa muerte. Y concededme también el favor que os pido en esta novena, si hubiese de ser para mayor servicio de Dios y honra vuestra. Amén.

 

Texto complementario

Joseph A. Fitzmyer, EL EVANGELIO SEGÚN LUCAS II. TRADUCCIÓN Y COMENTARIOS Capítulos 1-8,21. Ediciones Cristiandad, 1987

6 Jesús habla sobre Juan

 
El testimonio de Jesús relaciona a Juan con el plan salvífico de Dios; y esto vale no sólo para los versículos que contienen el testimonio propiamente dicho, sino también para el comentario del evangelista, añadido al término del pasaje (vv. 29-30). La serie de preguntas retóricas indican, ante todo, lo que no era Juan; y, al mismo tiempo, manifiestan —por contraste— su verdadero papel. A continuación vienen tres afirmaciones de Jesús, que especifican el significado de Juan. Él era verdaderamente un «profeta», es decir, un portavoz de la palabra de Dios, como lo testifica su predicación en el desierto, recogida en Lc 3. Pero, al mismo tiempo, era «algo más que un profeta» (v. 26); y eso se explica en una doble instancia: 1) por medio de una cita de Mal 3, 1, que presenta a Juan no sólo como precursor de Jesús, sino también — de modo implícito— como Elías redivivus, y 2) por medio de una afirmación de Jesús sobre su verdadera grandeza: ningún ser humano —ni siquiera las grandes figuras proféticas— es superior a Juan.

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