viernes, 23 de diciembre de 2016

'Horror of Drácula', dirigida por Terence Fisher, 1958

Estos días vuelve a la gran pantalla la egregia figura de Peter Cushing. La tecnología digital resucita uno de sus personajes, breves pero intensos, para ponerle de nuevo voz y movimiento en una historia de Star Wars, Rogue One. Tarkin y la Estrella de la Muerte en acción. Escribo vuelve, pero ya había participado en Una Nueva Esperanza, en carne y hueso. Si hacemos memoria de otro gran e imponente actor, Christopher Lee, no lo veremos aquí, pero sí en el papel de Conde Dooku, dentro de las primeras películas, cronológicamente hablando, de Star Wars. Dos actores reconocidos en el mundo del terror de hace muchos muchos años, que participaron en distintos momentos de una misma saga.

Esto les pasó alguna vez con películas en las que encarnaban personajes que no llegaban a encontrarse cara a cara. Pero en este largo vaya si no se toparán, enfrentándose y luchando a muerte. Este título les marcará dentro del mundillo y se convertirán en iconos de dos personajes, ya de por sí potentes, como son Drácula y Van Helsing. Dos personajes literarios que toman forma en nuestros rescuerdos con sus caras. Aunque señalemos luego a otros actores de renombre que les prestaron actuación. 

Una simple mirada desde esta peli: Drácula vive en su castillo alejado de la población humana, pero sus vecinos temen su presencia y nunca se aventuran por su propiedad. Vive con él, presuntamente encerrada, una guapa fémina, vampirizada ya, que desea salir de allí. Van Helsing está en Londres y pergeña un plan con Jonathan Harker para destruir al conde; es médico y usa tecnología de la época como un magnetófono de cilindros o un sencillo aparato que permite una transfusión de sangre. Los londinenses no esperan más que a saber de la existencia del vampiro para ir a su guarida y destruirle, cosa que no va a ser tan fácil. Drácula no contaba irse a vivir fuera de su casa. Y en cuanto a sus encuentros, hay un primero, fugaz y de sensación fúnebre, cuando Van Helsing va a por Harker y ve salir del castillo un ataúd, transportado por caballos, con un irreconocible chófer. Luego, en la propia casa de Mina y Arthur, que se libra sin batalla, pero sí con el rapto de la ama de casa. El final, de nuevo sin palabras, como los anteriores, es ya en la casa de Drácula, llegando a una pelea sin cuartel donde ambos actores hacen gala de fuerza y agilidad.


Es 1958 y la película la produce un pequeño estudio cuyo nombre está tan relacionado con el terror y los monstruos clásicos como la Universal. Aquel en los Estados Unidos de América y este en Gran Bretaña. Es la renombrada Hammer. El director es Terence Fisher, que aún volvería a trabajar con estos dos grandes del cine. Y, si tiramos de créditos iniciales, la peli pone como cebo atractivo, en orden de aparición, a Peter Cushing, en letras bien grandes y de un rojo que nos recuerda el color de la sangre que la Hammer tanto usó, a Michael Gough, Melissa Stribling y Christopher Lee.

Hacía poco que ya se habían visto las caras Cushing y Lee pero en papeles bien distintos: como Frankenstein y su criatura, respectivamente. Ahora las tornas cambiaban para ponerles frente a frente, sin líneas de diálogo. Aquí nada de esas explicaciones tan socorridas entre el héroe y el villano. Nada se dicen porque lo que les van en ello es la vida: solo pueden correr y luchar, lo que da a esta película escenas de mucha agilidad, bien acompañadas por la banda sonora.

Mesero: Hay cosas que es mejor no tocar. Cosas terribles que están por encima de nuestras fuerzas.

Helsing: Por favor, no me interprete usted mal. Esto es mucho más que una superstición, lo sé.

Drácula, de hecho, solo habla al principio de la película, cuando ha de estrechar lazos con Harker, al que contrató para catalogar su biblioteca, lugar que no veremos y al que parece que no llega ni el docto visitante. Pero, luego, todo es presencia física e hipnotismo ocular. Uno de los detalles es que aquí el mal se palpa, es muy sensible. Lo sobrenatural es bien carnal. Nada de transformaciones animales, nada de nieblas que se condensan en un cuerpo. Drácula es un hombre bien plantado, alto, señorial pero, lejos de solemnidades pretéritas, se mueve con soltura, capaz de subir y bajar los escalones de dos en dos o de cerrar una puerta para apresar a su víctima o huir de un persecutor. Su pose caballeresca desaparece ante sus enemigos. Entonces es una fiera que ataca o huye, según le convenga. Y será en dos escenas así cuando le veamos con los ojos inyectados en sangre, imagen icónica muchas veces repetida: cuando, al inicio, la vampiresa de su castillo muerda a Harker y, al final, en la batalla contra Van Helsing, acorralado entre una cruz formada por dos candelabros y el sol que entra a raudales por el ventanal.

La sangre aparece visiblemente, pero no es tanta. Llama la atención por el color vivo, que iría definiendo a la Hammer, pringosa. Sangre en los colmillos de Drácula, que aparece sin más en el momento en que Jonathan recibe un rápido mordisco de la mujer vampiro, a los pocos minutos de metraje. Sangre en las mordeduras, que iremos viendo, en el cuello de Harker, preso ya de la maldición vampírica y el castillo, por ejemplo. Para de contar. Y mordeduras pocas. Una, apenas vista, a Harker por parte de la vampiresa, la oculta por la capa del conde a Lucy, la que casi recibe Van Helsing. Más importancia tiene la mirada. El enfoque no es tan vulgar como para centrarse en los ojos. Nos colocan frente a las caras, se nos van los ojos a los ojos de los protagonistas; nos ponen la escena para ver los cuerpos y nuestra atención corre a los rostros, casi descubriendo un invisible hilo que ata las córneas de las víctimas a las profundas y antiguas oscuridades del vampiro. Ampliando la percepción, las expresiones de las mujeres antes de recibir al conde son de deseo, quizás de cierta inquietud por la espera, pero bulle en sus caras en deseo. Todo muy carnal, en conformidad con el resto de la película. El magnetismo hipnótico se palpa casi, pero el deseo de otro encuentro se ve claramente. Y cuando un obstáculo se cruza en el camino hay una manifestación de repulsa que hasta puede dejar marca (la cruz arde en la frente de Lucy y en la mano de Mina, aaaaaaaaaaaaaunque hay una excepción: Lucy recoge su crucifijo con la mano y lo guarda en un cajón tan tranquila cuando ya estaba siendo vampirizada. Recordemos que en su mismo estado, Mina cae desmayada al suelo al tomar uno).

Lucy: Jonathan volverá enseguida, estoy segura. Entonces, me pondré mejor y ya no os molestaré ni a vosotros ni al doctor.

De Drácula no sabemos el origen, ni siquiera si hay otros como él. Helsing calcula su edad en unos 600 años y habla de casos que él y otros investigadores europeos han recopilado (Esto de europeos me hace gracia porque cuando salga cara Asia en Kung Fu contra los siete vampiros de oro dirá que él solo conoce la casuística europea y que quizás el vampiro asiático tenga características distintas). Como hombre de ciencia, declara que el vampirismo no puede identificarse con ataques de murciélagos vampiro y que la mordedura del muerto viviente (usa esta expresión en plural: reino de los muertos vivientes) lleva a la generación de otro de su misma condición.

¿Cómo hacerles frente? Helsing repasa sus notas y las escucha, mientras anota algo en lo que parece el diario de Harker: en contra del vampiro, la luz del sol es mortal; el ajo le repele; el crucifijo, con doble efecto, pues "protege al ser humano y descubre al vampiro y a sus víctimas, que retroceden ante él". Esta grabación queda fetén en medio del filme, así como las breves aportaciones de la voz en off al principio, manifestación de lo escrito en el diario de Harker. No desmerecen al conjunto y se integran muy bien. Es un recurso que solo en esos dos momentos se usa.

Helsing: Hasta ahora, se ha comprobado que la víctima detesta estar dominada por el vampirismo pero... no puede abandonar su práctica, como el drogadicto no puede abandonar las drogas.

Las estacas quedan como el clásico tiro de gracia para el muerto viviente: vemos, nunca directamente, que empalan a dos mujeres y un hombre. Este es Jonathan, del que nos quedamos pendientes, pues la escena se cierra con un apesadumbrado Van Helsing que toma los utensilios necesarios y mira la sepultura que fue de Drácula, pero ahora contiene al vampiro Harker. No vemos ni que acerque la estaca al pecho. Sí veremos el de la mujer vampiro y Lucy. El resultado es curioso: a esta última le queda una bella cara de paz y dulzura, a aquella un arrugado rostro de anciana. Parece que al (volver a) morir, el vampiro entra en la fase en la que debería estar de no haberse levantado como monstruo del sepulcro. Con Drácula se confirma: su muerte, a la luz del Sol, le convierte en un montón de ceniza. Muerte agónica esta, pues antes del deceso, se le fríen un pie y una mano, automáticamente pulverizados. Luego, todo su cuerpo, quedando las ropas y un brillante anillo, cerca de un círculo esotérico con frases en griego. Helsing, en un último acto de destrucción y purificación, abre la ventana salvadora y el viento esparce los restos volátiles del vampiro.


Lucy: Ven, déjame besarte.

Hay una escena curiosa acerca de la durmición vampírica. El muerto viviente precisa de tierra de su país para dormir. Bien, la mujer vampiro tenía su ataúd en el castillo, Harker duerme en el de Drácula, este tiene el suyo en la bodega de Arthur y Mina... ¿qué pinta el conde cavando una sepultura para esta última a los pies del castillo?

Guiños a los clásicos de Drácula, y que son como una firma que se repite, serán la imagen vestido de negro, con capa, él cargando con la maleta de Harker, su inmovilidad mientras la luz del Sol ande cerca, un momento genial donde descorre despacio, con la mano, la tapa de su nacarado ataúd, la hipnótica mirada. Lo que no tendremos aquí es control de animales, transformaciones, uso de una niebla espesa que se condensa en su muerto cuerpo viviente, ni espejos, amén de no volar y, por eso, tener que usar caballería para trasladarse a lugares lejanos. Aparecen de forma circunstancial la mujer del castillo de Drácula, el doctor Seward (que atiende a Lucy, pero de quien ya no se dice más), Lucy vampiro cogiendo a una niña de la mano para llevarla a su sepultura y las marcas relacionadas con el vampirismo que desaparacen al morir el portador o el mismo conde. Se mantienen los nombres de los personajes de la novela de Stoker, aunque no las relaciones originales. Así, Arthur y Mina son matrimonio, Lucy es hermana de Arthur y pareja de Jonathan, Van Helsing parece que vive en la misma ciudad y no que ha venido de lejos. Algunos personajes no aparecen, como pasa con Renfield.

Película interesante y contundente donde vemos el refinamiento de la bestia que es el vampiro. Falto de humanidad, capaz de crear una máscara de seducción y bonhomía, ágil y astuto (aunque su perseguidor Van Helsing no le va a la zaga), silencioso y señorial, antiguo pero adaptable a nuevos terrenos (que no terruños, pues consigo ha de llevar los natales). Eso sí, tal como en la novela y otras películas, estos quedan inservibles al dejar posado en ellos un crucifijo.

En un vistazo, tenemos una aventura terrorífica donde Harker viaja al castillo de Drácula para matarle. El tiro le sale por la culata y solo puede dejar en paz bendita a la vampiro del hogar. Drácula le vence y postra en su propia sepultura. Van Helsing llega más tarde, a tiempo para ver salir un extraño carro de caballos con un ataúd. Antes, ha recibido de manos de una mesera el diario de su amigo y, ahora, tiene que atravesar su corazón con una estaca. No será la última, pues luego le tocará a Mina, enferma en cama, muerta y luego vista en las inmediaciones de su sepultura, con una niña de la mano. Del vampirismo se libra por un pelo su esposo, Arthur, que verá los efectos del mordisco de un muerto viviente y la saludable efectividad de una estaca en su corazón. La que no se libra es Mina, dominada en silencio por Drácula, al que protege en su propia casa. Y desde esta casa se inicia una persecución a muerte contra Drácula y la capturada Mina. Pillan al conde porque este se ha parado a abrir una zanja para su nueva mujer y eso conlleva que el amanecer le pille en plena lucha con su científico opositor. Una cruz hecha con candelabros y los puros rayos solares le reducen a cenizas dejando en el suelo un brillante anillo.

 

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