jueves, 15 de octubre de 2020

Leyendo a Xerión (NM 66)

NM66, quédate con ese código: NM66; porque es el número de un catálogo muy especial y poco conocido, aunque sus artículos hayan viajado ya por medio mundo y quienes lo soportan recorrieron miles de kilómetros para defender sonoramente parte de su contenido.
 
El caso es que constituye una rareza maravillosa, ya que lo normal es encontrarse música. En diferentes formatos, con libretos de dispar factura, pero siempre con un mimo por estos géneros subterráneos y de minorías. Además de música, en una edición limitada, NM66 trae consigo un libro de negra portada, con azabaches negras que se distinguen de su fondo brillantemente, con los poemas de Nocturno. El título es doble, como doble es la entrega musical: ‘O Nada no Caos Infinito’ y ‘Danças de agonía e peste’. Dos catarsis musicales con características propias que han surgido de entre los limos purulentos de estos meses de pandemia. Dos sorpresas que se entienden siempre que se vea Xerión como una banda que expresa el negro sentir de Nocturno, más que, únicamente, como un grupo de Metal extremo. Para quienes le seguimos desde hace tiempo no es algo fuera de lugar, aunque el compositor nos lo advierta varias veces (trabalho que cecais nom seja o que a persoa ouvinte agarde del), sino que supone una nueva muestra de diferentes influencias, una expresión grabada prácticamente en la primera toma, que refleja un rico mundo interior y una curiosidad y estudios asentados. En serio, toma el libro y lee, toma sus temas y escúchalos en más de una ocasión, pues estas composiciones son dignas de repetir.
 
Centrándome en un aspecto literario, tenemos las letras de ‘O Nada’, con una conocida composición a base de 4 párrafos, sin estribillo, con parajes y conceptos que nos conectan con otras letras de Xerión: el bosque, el caminar por él, la referencia a los antepasados y a un tiempo de mayores conocimientos (hoy velados), la Nada, el Abismo, breve referencia a la esperanza,… Solo dos composiciones rompen la cantinela de los 4 párrafos, pues estas se quedan en uno: ‘o ar dos tempos da destruçom’ y ‘perdido no abafante silêncio da angústia’. A diferencia de ‘A essência do Abismo’, aquí el pasear por el bosque no muestra signos de belleza ni paz, cosa que sí mostraba al inicio de ‘essência’. Aquí tenemos un cantor que solo respira un ambiente malsano, hostil y aparentemente vacío de presencia humana cercana al superviviente.
 
 
Como obra literaria, puede leerse de un tirón y hallarse una magnífica conexión. Llamará la atención el cambio de estilo entre la primera obra y la segunda, pero la línea conceptual permite una lectura seguida y algunos juegos, como invertir el orden de los poemas. Dos perspectivas, al menos, surgen dependiendo del orden seguido aunque, claramente, al principio ha de primar la continua. 
 
Uno puede ponerse en la piel de un superviviente alejado de presencias humanas, en medio de un mundo que todavía conserva bosques, pero en el que se respira, estés donde estés, la cercanía de la muerte. La desgracia ha venido en forma de radiación nuclear, tal como leemos en la parte de ‘Danças’. Un evento destructivo que ha dejado un mundo irradiado, agónico, donde seres mutantes nacen y reptan desde contaminadas charcas fangosas. Un mundo que ya se retrató en un anterior trabajo de VRK y cuyo sonido, repleto de estática y distorsión, comunicó a nuestro presente Sordida Nox. Desde esa luz crepuscular y radiante de átomos letales, con la perspectiva de una destrucción más o menos lejana, que se extiende por el aire a todo lugar, podríamos leer las siguientes líneas de ‘do insondável e abismal empíreo’: cadavéricas pedras nas que o líquen/ refulge com lisérgica clarividencia. Una imagen que la cultura popular ha transmitido una y otra vez: la pálida y ominosa luz verde resplandeciente de cualquier elemento atomizado.
 
Una lectura corrida me lleva a imaginar al superviviente en un apartado santuario vegetal, un reducto boscoso donde una aldea ha dejado su huella en forma de ruinas pétreas. El poeta deja constancia de su saber en madera de castaño, árbol que será mentado en la dança IV como lugar de reposo de un cadáver. La naturaleza, en este rincón, ha sobrevivido (¿adaptado?) y permite la recolección de hojas y plantas, que sirven al cantor para preparar una pócima. Sin embargo, él está en camino a la muerte o, quizás, la locura. Leyendo todo ‘O Nada’, especialmente su canción final, recuerdo ‘Morte na iauga’, donde un trastornado caminante se dirige al río de su perdición final. Habla de la presencia de la Santa Compaña, así que podemos apostar por la muerte, aunque la locura tendría explicación, si pensamos que sus conocimientos de la mitología galaica se han fundido con su perspectiva de la realidad circundante, amasándose y jugando a desarrollar una espiral abismal, gracias al bebedizo que hierve en su particular caldero. Sea como sea, locura o muerte, visiones atormentadas antes de fenecer o simple catarsis tras un “viaje” alucinógeno, las danças fluyen preciosas como continuación.
 

Unas danças de las que solo captarás el total significado gracias a los poemas de este libro, catalogado en NM66. Los temas solo contemplan la melodía, mientras que los poemas, siguiendo las recomendaciones de Nocturno, sirven para ser recitados mientras suena aquella. Poemas que beben y homenajean las siete cantigas de amigo de Martim Codax, actualizando algunos recursos de aquellas: versos en paralelismo conceptual, un estribillo que cierra cada párrafo, la construcción basada en pares de párrafos, el leixaprén,... Poemas que dibujan ese mundo ruinoso y radiactivo, donde la muerte campa a sus anchas, donde la calma no es posible, si no es la del cementerio. La belleza de la naturaleza y de la soledad rural de las dos primeras danças son el acompañamiento de un final presentido, ante el cual la resignación y la aceptación juegan sus bazas. El mundo urbano entra, como una poderosa excrecencia mefítica, en la dança III, mostrando el destrozo de tipo nuclear. No sabemos las causas ni el tiempo transcurrido, solo nos vemos impactados por las visiones del superviviente.

Como un alto en el camino, con su aporte esperanzador, el poema central nos transporta a una bella imagen: la unos misteriosos archivos sagrados, custodiados en algún lugar mítico. Las referencias te trasladan a los restos de una abadía o de una biblioteca con techo abovedado, a algún ruinoso claustro, donde el saber de la época se despliega en miríadas de seres simbólicos y capiteles de vegetación pétrea... Mas no dura mucho esta experiencia de contemplación y toca enfrentarse al malvado, a quien ha traído la destrucción, a quien dominó el átomo y lo usó para destruir. Las dos últimas composiciones rompen parcialmente la armonía repetitiva de las anteriores, aunque mantienen características como el estribillo y el leixaprén, con paralelismos en los dos primeros versos más libres, aunque coincidentes (en las anteriores danças estaban más definidos). Las leo sin acompañamiento musical y me suenan los dos versos primeros como un arranque de furia contra quien creó tal destrucción conscientemente, mientras que el estribillo es un canto grave, en tono menor, de resignación y aceptación de la vacuidad reinante, del fin cercano. Un encararse contra el enemigo que se desenvuelve en tristeza, pues nada cambiará. Como en 'Blade Runner', de quien se toma referencia para el inicio de la composición musical de la dança VI (versión instrumental de un tema de Ominous) y conforma una frase del monólogo final del andrillo moribundo el estribillo. Como el sentimiento de culpa de un personaje de la novela de PKD, 'Dr Bloodmoney'. Un enfrentamiento que se lee en las postreras líneas de 'O augúrio do Imutável':






No mais fundo do meu canto
Agóchase a segreda mensagem
Da resistência implacável
Nas luitas que se achegam

 
 
 
 
 
Continuará?

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