Luisa Torregrosa en 'La virgen descalza' (2019)
La mano de hierro bajo un guante de seda
El personaje de la tía me pareció atractivo desde el principio, la visualicé. Un trabajo de época en el que el lenguaje corporal cobraba mucha importancia. La forma de expresarse, pensé que de entrada mi forma física podía enriquecer a este ser (jajjaja). Con el guion en la mano la tía cobró vida en mi mente, su caminar, su forma de hablar, la maldad en su mirada, su gesto altivo y seguro. Contenida, amargada y una diosa manipulando. Me gustan las malas, las transgresoras, de época o contemporáneas, me comenta Luisa, que se sintió encantada de realizar el personaje y que descubrió en Lone una directora con las ideas claras y que concedía amplio margen de actuación. La misma Lone me comentaba que ella tenía su imagen de cómo y quién debería ser la tía y que Luisa la encarnó, "lo clavó", y que "es una profesional como la copa de un pino". Tuve plena libertad para manejar al personaje, Lone como actriz sabe cuando una interpretación es rica. Ella daba unas pautas claras y yo dejaba que la tía saliese. Había confianza mutua y eso se nota en el resultado, dijo Luisa.
Aunque no se realice ningún plano cercano o centrado en sus ojos, la tía transmite muchísimo con ellos, con la expresión facial en conjunto, pero con ellos especialmente. Y son sus ojos los que juegan con el barón, con rápidas miradas a sus escrituras (por cierto, precioso pergamino, tal como se constataba tantas veces en tiempos antiguos escrituras y foros), a su dinero, a él, sin dedicarle a ninguno demasiado tiempo. El justo para recibir y ordenar. Un maravilloso y sutil juego de control y manipulación, que deja claro quien manda y no resulta especialmente hiriente para el sumiso (¡hasta podría hincharse por haber recibido esos instantes de atención por parte de tal dama!).
Si así se las gasta con el inexperto barón, no se arredra ante su padre, que acude a la boda. Es un señor mayor, hosco, de oscuros ropajes. ¿Qué conseguiría él con tal matrimonio? ¿O es que ha tenido que acceder a los deseos de su hijo consentido y no está muy de acuerdo con los mangoneos de la señora? El caso es que está solo en el banco de la familia y va a ser el objetivo de la planificadora tía de Leonor. Lone me desveló dos detalles respecto al señor que encarna a tan huraño anciano: que fue un personaje que surgió sobre la marcha y que es el dueño del lugar donde se grabó la escena. La directora le vio potencial, basándose en su misma fisonomía y conducta, así que le invitó a aparecer con un pequeño papel. La verdad es que le da empaque al cuadro de la boda y nos permite vivir una escena más de la tía de Leonor.
Es la primera vez que lo digo, me comparte Lone, pero esa escena es un paso más de la señora para ser más rica. Es decir, la mirada que le dirige al padre del barón no es una simple mirada de saludo, sino una invitación a cortejarla. ¡Es una mirada de seducción! Al hijo ya lo atrapó, ahora va también a por el padre. Sin embargo, menudo corte se marca el hosco padre. La señora, en edad madura, pero elegante, refinada y bella, es rechazada con la misma rapidez con la que ella seduce. Es una lucha breve, incisiva, que se resuelve e unos segundos, pero que va cargada de intenciones: el deseo de la dama, la indiferencia del varón. Todo ello, a espaldas de los novios.
Ropaje y música, envoltura y silencio
Siendo, como es, una mujer de recursos y que no
rehúye el filtreo, si es preciso, la tía de Laura viste con recato y
elegancia. Ni siquiera vemos su cuello, preciosamente adornado con una
cinta de encaje. Un maravilloso trabajo que viene
de la mano de Sandra Alberti (que actúa un doble papel en el corto) y su equipo textil. Una sorpresa más que
desvela el mundo interior de la directora: para una mala y bella mujer
no necesita mostrarnos a una chica despampanante ni mostrarnos (¡ni
apenas sugerir!) las lindes de su anatomía. Nos
ha regalado una mala seductora que ni se muestra impúdicamente, sino
vestida recatada y elegante, sin emperifollamiento ni adornos excesivos;
una señora, con todas las letras, con imperio, con experiencia de vida,
que es bella y se cuida, que te atrae y mantiene
a raya con su voz y rostro… no necesita más. No han tenido que sacar
del ropero ni algo vistoso y deslumbrante ni marcarse un escote de
escándalo. Son detalles que Lone ha medido y develan su sensibilidad a
la hora de montar un personaje. Esto va en consonancia,
por ejemplo, con el detalle de darle a Leonor un esposo de su edad y
que no sea un machito ante ella. Otros podrían pensar en la típica
historia de viejo rico con joven casadera, con una tía despampanante detrás.
Si Sandra Alberti nos viste a Luisa Torregrosa, A. J. Asiáin nos crea un ambiente en torno a ella… ¡con silencio! Y es que, generalmente, cuando la tía entra en escena, la música se apaga. No de repente, sino que suena unos segundos y solo queda el silencio musical. La presencia y la voz de la señora son todo lo que necesitamos. Sus expresiones faciales, fluidas, contenidas y ágiles, junto a los tonos de voz, marcando límites y ordenando, o alabando y animando, son toda la banda sonora que la envuelve. Decía un viejo profesor mío que la música es el arte de combinar el sonido con el tiempo… el sonido y el silencio… Y qué bien lo hace aquí Asiáin con su banda sonora sentida y su silencio en torno a la dama de la casa. Yo me imagino que es un eco de lo que nos sucede cuando estamos ante alguien atractivo (por el motivo que sea), que el ambiente se desdibuja y la persona cobra una importancia suma en nuestra atención. Mientras que otros personajes y acciones se revisten de la magia musical de fondo, aquí solo se precisan unos sones finales y el silencio devoto.
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