El calendario litúrgico puede verse como un acontecimiento, un encuentro personal con el Misterio personal que es Dios, al que nos invita la Iglesia y que tiende a trastocarnos y cambiarnos para bien. La oferta es la salvación. No una propuesta abstracta que se reduce a un "sufre en este valle de lágrimas que luego te recompensamos con una vida eterna fetén"; tampoco una revolución social que identifica los progresos humanos con la expansión del Reino de Dios. Ni uno ni otro pero un poco de ambos, desde una perspectiva más amplia y humana trascendente. Sin embargo, para entendernos, veamos el año litúrgico como un encuentro para dialogar.
La situación es fácil de imaginar: la Iglesia nos ha invitado a conocer a Dios y charlar con Él. Como en las presentaciones humanas, hay un saludo cordial entre los conocidos y un cambio de atención hacia el nuevo interpelante, con las debidas presentaciones nominales.
- Señor, este es fulanito.
- Fulanito, Jesús el Cristo.
Y a ver por dónde va la cosa, que los caminos pueden ser muchos e incontables, aunque el rito de presentación sea casi el mismo y no tenga mucha creatividad. Al menos que no sea como suele ser últimamente entre humanos, que más parece un diálogo (monólogo, realmente) de besugos que un tratamiento personal. Me refiero al consabido saludo "Hola, ¿qué tal?" respondido con la consabida respuesta "Hola, ¿qué tal?". Luego que vengan a decir que las celebraciones católicas siempre son iguales. Ya...
Pero volvamos a la propuesta y presentación entre la Persona de Jesús y el humano agraciado a quien la Iglesia le ha puesto a Dios al tiro. Como un conocido, ella es quien presenta y puede propiciar más encuentros pero no decide por ti ni te marca los pasos. Sí sabe de muchas vidas, estilos y maneras, y te las dará a conocer, pero el camino es personal, por mucho que no sea en solitario. Sus etapas tendrá.
Una vez presentados, se despliega un posible camino: el del calendario litúrgico, con sus celebraciones, propuestas, leyes y posibilidades. Al final, es una senda magnífica y rica que no puede olvidarse. Integra magníficamente las dimensiones personal y comunitaria, ofrece a lo largo de un año los aspectos centrales de la vida y misterio de Cristo, enriquece con celebraciones públicas y devociones privadas, cita documentos de la Iglesia universal en orden a la formación, anima al cambio y la integración en una familia, mueve a la acción sin descuidar la contemplación. Todo un acontecimiento donde el hombre viaja a lo más profundo y se impulsa a lo más alto sin perder de vista la tierra que sustenta su caminar.
El año litúrgico, en cuanto realidad manifestada institucionalmente, marca una serie de tiempos para presentar el misterio que Jesucristo es. Siendo misterio no estamos ante un problema que la razón haya de resolver sino de un ámbito vital que explorar y con el que entrar en contacto cordialmente. Esos Tiempos, a vista de pájaro, son el Adviento (preparación a la Navidad), Navidad (la encarnación del Hijo de Dios), Cuaresma (penitencia para eliminar lo que nos sobra y captar lo necesario vital), Pascua (efusión festiva de vida y vida eterna) y el Tiempo conocido como Ordinario o Per annum (un largo paseo al lado del predicador del Reino). A lo largo de todo un año de celebraciones, la figura de Cristo emerge luminosa en el horizonte del dialogante y le deja entrever que hay aún más.
Celebración, sí, por ser el mejor ámbito para conocer a Jesús, pero no el único. De todas, la Misa se lleva la palma. En un ideal que sea sencillo de concretar, en Misa detectamos varias presencias crísticas que, en orden de aparición, pueden sintetizarse en:
- La comunidad, Cristo que convoca y reúne, así puede dirigirse a todos a un mismo tiempo y escuchar de todos las oraciones, con sus intenciones personales y comunitarias;
- el sacerdote, presidente de la celebración, representación de Cristo Cabeza. Él preside pero es en unión con los demás fieles que celebra la Misa. El pueblo tiene su protagonismo;
- las lecturas. Un vistazo al Antiguo y al Nuevo Testamento en busca de las huellas del salvador;
- pan y vino consagrados, presencia real aunque misteriosa.
Estas cuatro se dan en el momento de la Misa, cosa que se amplía con la misión de salir del templo con ganas de decir la verdad y hacer el bien, al modo de Cristo. Estaríamos ante una presencia de compromiso. Y no es extraña al humano hacer. ¿No nos pasa que algunas veces conocemos a alguien y eso nos lleva a querer ser como él? La liturgia puede ser el profundo manantial y la alta cumbre de la vida cristiana pero no es lo único. Celebración y acción.
Viendo el calendario tendremos amplio surtido de citas bíblicas a lo largo del año, algunas reflexiones, pautas celebrativas, introducciones formativas a cada Tiempo y al propio calendario,... Así puedes construir tu propio diálogo sin acudir a Misa. Ojo, no es lo mismo pero es por si no puedes siempre acceder a las lecturas integradas en la celebración. Las citas ahí están y las puedes seguir con tu Biblia. De hecho, recomiendo que leas un poco más que lo narrado en Misa. Las lecturas son selecciones y quizás te ayude conocer los capítulos enteros o saber qué pone en el anterior y el siguiente.
¿Qué Biblia escoger? Un debate siempre interesante que soluciono eligiendo la versión de la Conferencia Episcopal Española. Es de rabiosa actualidad y resulta contener el texto que se aplicará a todas las celebraciones. Es decir, los textos bíblicos de esta versión y los leccionarios y demás libros litúrgicos coincidirán. El cristianismo, lejos de quedar reducido a religión de libro es religión de la Palabra y la Persona de Jesús (de indisoluble e idéntica naturaleza que Padre y Espíritu), así que el diálogo es cosa fácil a partir de esto.
Las tres fotos son capturas de pantalla del actual Calendario Litúrgico de la CEE en pdf.
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