miércoles, 23 de marzo de 2016

Verne en la bahía del tesoro.

A veces sucede que vivimos en lugares con historia sin saber de ella, ya sea por ignorancia o pereza. Así, nos perdemos ver el lugar con ojos nuevos y el poder decirlo a otros. Y la memoria se pierde y quizás no emerga más. Pero otras veces, por búsqueda o casualidad, damos con algo que nos depierta y anima a profundizar, enterándonos del pasado que ahora pisamos. El descubrimiento anima a ir a los lugares y publicarlo, para que lo descubierto sea patrimonio.

Yo todavía tengo pendiente una visita a Vigo, recalando en algunos de los lugares que Verne conoció o visitando aquellos que la historia actual y las autoridades han puesto de relieve con alguna placa, estatua o advertencia turística. Por lo pronto, la lectura de un libro me ha despertado la curiosidad. Libro que nunca busqué sino que vino a mí como regalo entrañable de la buena amiga Ana Belén, ciudadana olívica. Unas 75 páginas donde no solo se nos ofrece un breve pero enjundioso estudio sobre las estadías del escritor galo en Vigo sino que se nos ofrecen fotografías del diario de Verne, de las noticias de la época sobre él y la transcripción y traducción de algunos documentos del viaje. Interesante y divulgativa obra que nos lleva a una ciudad y una época no tan lejanas en el espacio y el imaginario. Hasta puede ser acicate para releer Veinte mil leguas de viaje submarino.

Verne se adelantó a su estancia en Vigo llevando allí, imaginado, al Nautilus, el submarino del capitán Nemo. Es decir, primero fue la inventiva del creador literario; años después, la visita en un barco de su propiedad. Lo que conocía seguramente era por los periódicos que por entonces describían los aparatos usados para la exploración del fondo de la ría, en busca del legendario tesoro de los galeones hundidos. Un dato que me llamó la atención es que se dedican unas páginas a la batalla de Rande y así sabemos que la plata fue trasladada de los galeones y no se hundió con ellos sino que estaba a buen recaudo a la hora del enfrentamiento.

También me llamó la tención saber que, por lo visto, Verne no planeaba una visita al puerto vigués sino que recaló en él por el mal tiempo, en 1878, y por motivo de una avería, en 1884. Si no fuera por estos percances, quién sabe, el francés sólo hubiera viajado a nuestras tierras en sus escritos. De hecho, tan de sorpresa llega a puerto, que es enterarse la intelectualidad, la prensa y el ayuntamiento y se montan visitas e invitaciones sobre la marcha. Coincide en su primera visita con la entrada de un buque francés donde estarán tres días a cuerpo de rey a las horas de comer. Verne y sus acompañantes quedarán magníficamente agasajados por los compatriotas y por las autoridades y visitantes gallegos que saben de su parada. La de 1878, además, coincide con las fiestas de la Reconquista y la procesión del Cristo de la Victoria. Una nueva y curiosa coincidencia. Uno de los datos que aporta a obra es la de fijar la fecha, basándose en la documentación, dejando de lado algunas incorrectas propuestas hasta ahora. Con lo cual, queda documentada su primera visita del sábado 1 de junio de 1878 al martes 4.

La segunda recalada fue 6 años más tarde, con motivo de una reparación. Por el buen recuerdo de su anterior visita, repiten puerto. La visita se alarga del 18 de mayo de 1884 al 21 del mismo mes. Si de la primera visita sabemos mucho por una carta de uno de sus acompañantes, de esta segunda sabemos por sus propias anotaciones telegráficas en su diario. La primera visita fue también más dada a conocer por los medios. En el libro, se aportan todas estas anotaciones junto a recortes de prensa que amplían nuestro conocimiento. Y de todo ello se puede sacar una ruta bastante completa, recordando los lugares visitados por los franceses. Otro de los datos curiosos que me llamaron la atención fue que al autor, en la primera visita, le ofrecieron una escafranda para descender al fondo de Rande pero declinó la oferta por su edad.

Libro publicado en 2013, con dos ediciones ese mismo año, en ediciones Paganel, por el periodista Eduardo Rolland Etchevers. 

 

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