La Vigilia Pascual, la celebración que con más cuidado habría que preparar de todo el año, la madre de todas las vigilias, la fiesta principal católica,...
En nuestra diócesis ya hay varios lugares del rural donde la vigilia se vive de una forma comunitaria preciosa, convocando a los fieles de varias parroquias. Es un día y una celebración que valen la pena y los esfuerzos por conseguirlo. La misma liturgia pide ministros y fieles en gran número y no un gran número de celebraciones para unos pocos fieles. No es para menos, la solemne celebración de la resurrección del Señor pide una calma y una riqueza sin parangón.
Así, uno podría disfrutar de una larga liturgia donde los símbolos brillan y dar nuevo vigor al cristiano. Es el fuego, la luz, el agua. Signos vivos de vida que nos piden un rato para asumirlos y dejarnos asumir en ellos. Pero también la Palabra se reparte de un modo único en la Vigilia. Palabra que repasa momentos punteros del Antiguo Testamento en su camino cara Cristo victorioso sobre la muerte, dador de nueva vida. Palabra de lecturas que se acompañan con salmos. El pueblo no solo escucha sino que participa con su voz, acoge una frase para darle su entonación personal, unidos en un coro de voces. A nivel celebrativo, qué bonito que hubiese varios lectores y un solo salmista.
La Vigilia Pascual, celebrada en la noche del Sábado Santo, es una celebración densa donde repasamos el Antiguo Testamento en busca de la voz de Dios. Con el pueblo de Israel recordamos nuestros momentos de desierto, de hastío, pero también de esfuerzo y consolación. Y con la alegría de la resurrección, recordamos nuestro bautismo y lo renovamos, encendiendo no solo las luces del templo donde celebramos sino también las de la fe. Y todo esto exige un tiempo, un cierto tempo o ritmo, una calma que nos permita imbuirnos de lo celebrado para poder ir de lo visible a lo invisible.
Celebro las vigilias pascuales donde distintas comunidades se reúnen. Se visibiliza mejor la fraternidad cristiana, disruptora de individualismo. Ojalá se preparen de tal modo que las distintas parroquias congregadas puedan participar juntas, aportando algo propio. "Papeles" para repartir hay suficientes: gente para preparar y atender el fuego, para portar velas y repartirlas, lectores, un salmista, oferentes, un par de voces distintas para las preces,... Normal que la liturgia pida ministros suficientes.
Estos años pasados viví la maravillosa experiencia de la Vigilia Pascual en el santuario de A Armada, A Merca, con distintas parroquias y sacerdotes que se reunían allí para una celebración que se desarrollaba en una hora y poco. Conscientes de la edad de la gente y de la inquietud que portan muchos ante celebraciones fuertes, intentamos ofrecer un rito sencillo, ágil pero no por ello recortado o apresurado. Se decidió una homilía que fuese corta pero intensa, pocas moniciones y breves, amplia participación de distintos fieles, un coro que portase la voz cantante y nos animase a participar.
Y se fue cuidando, aprendiendo de la experiencia, que hubiese un momento de convivencia al final de la celebración. Un rato donde compartir un ágape con los productos traídos de casa. Ya sabes, aquello de "después de Misa, mesa".
Ojalá se hagan en más sitios y se comprenda el gesto. No es centralizar para una macrocelebración sino es reunirse para festejar debida y solemnemente la resurrección de Cristo, sin la cual no tiene sentido ni la misa dominical ni las fiestas patronales.
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