viernes, 15 de abril de 2016

El circo de los vampiros, de Robert Young.

Muchas veces tenemos la imagen del vampiro unida a la de nobleza, seres arcanos que viven en avejentados castillos como sombras de un ayer, pero bien vivos. Hombres, casi siempre, cuyo nombre produce terror en las gentes de las cercanías y a los que se responsabiliza de muertes sospechosas y algunas maldiciones. Hombres que conservan un deje nobiliario en las vestiduras y los modales, orgullosos y altivos en medio de la decadencia de su rancio abolengo. Vamos, que decir vampiro, mejor sería si pronunciamos Drácula, es imaginar al conde de turno de engominado peinado y capa elegante. El año 1972, fecha de este estreno, nos ayuda a fortalecer la relación.


Aquí comienza la cosa así. El conde de cierto pueblo vive en su castillo y es temido por el vulgo. Lo que produce temor tiene su punto de fascinación y es el que predomina en una mujer, Anna, que a pesar de estar casada prefiere la compañía del conde Mitterhaus. Y eso que sabe quién es. Quizás por eso está con él. Si no, no nos explicamos cómo es ella capaz de raptar a una niña del pueblo y ofrecérsela al conde para su sangrienta sed. Esta se complementa con la carnal, pues vemos cómo él sangra a la niña y se acuesta con la mujer.

Llega siempre un momento en que el pueblo se rebela y reacciona a lo grande. Es lo que sucede con este episodio de la niña, que es la gota que colma el vaso. Hombres del pueblo franquean las puertas del castillo, matan al conde de un estacazo y pasan por un humillante corrillo de golpes e insultos a la adúltera. Ella no se arrepiente, sino que se ríe de la piedad que su marido le muestra. Le escupe y huye. Ha de salvar como sea a su amante. Y lo consigue. ¿Es el fin de los males? No. El conde lanza una maldición con sus últimas fuerzas a los pueblerinos, amenazando con nuevas muertes y su regreso de la tumba. Con la estaca clavada, gracias a unas gotas de sangre de Anna, puede comunicarse con ella y pedirle que busque a cierto primo llamado Emil. Su venganza comienza la andadura.


El pueblo, quince años más tarde, está sitiado. Y no es la guerra sino la peste. Vecinos de otros pueblos vigilan el bosque para que nadie salga de la cuarentena. Y si alguien lo intenta es increpado y se le dispara. La desesperación de la gente llega a cotas insoportables y se habla tanto de enfermedad como del cumplimiento de la maldición de Mitterhaus. Por si solo es enfermedad y por dar noticias en la ciudad, se intenta una nueva fuga, esta vez conseguida con éxito. Un joven vecino ha pasado la frontera de los disparos y corre a buscar ayuda.

Curiosamente, no es el único que logra cruzar la cuarentena. Todo un circo la traspasa sin problemas... y sin explicaciones a las atónitas gentes que pueden disfrutar de unas buenas actuaciones nocturnas. Esta es una de las partes más espectaculares de la película, con sus juegos circenses. El caso es que hay algunas fieras que salen de sus jaulas y se transforman en hombres, hay saltarines con una técnica increíble que les hace volar y parecer grandes murciélagos, una bella tigresa se muestra como mujer desnuda cuyo baile excita e hipnotiza. Todo aquello abre los atribulados corazones de unas personas tristes y medrosas. No solo divierten, también atraen, sobre todo a los jóvenes.

¿De dónde ha salido este circo de la noche? Descubrimos su secreto pronto: es la ayuda que el conde pidió en el momento de su muerte. Emil, el hombre pantera, avisado por Anna, localiza la tumba del ensartado conde. La venganza llega a un nuevo punto y se inicia. A partir de entonces, las acciones circenses juegan con la seducción y la muerte. Se busca una joven víctima femenina para desangrar ante el cadáver del conde y se procede a la eliminación de todos los que se opusieron a los deseos del vampiro. Da igual la condición o edad de los presentes. Prima la muerte, ya sea atrayendo melifluamente, ya sea con crueldad.

Ni siquiera la cruz parece detener a algunos de ellos. Y es que estamos ante un trabajo en equipo entre vampiros y humanos. Un forzudo Dave Prowse se encarga de trabajos pesados sin decir una sola palabra en toda la película. Solo le escucharemos quejarse cuando le descerrajen un tiro a quemarropa. Y la ayuda del exterior, conseguida por un joven John Moulder, no será suficiente. Cito a estos dos actores por ser el primero Darth Vader, hombre al que no le dejaron su voz en las películas ni nunca llegamos a ver su rostro tampoco, y el segundo el consentido hijo de la directora de La Residencia, ópera prima de Chicho Ibáñez en el 69.


Conseguida la víctima propiciatoria, el final del largometraje nos conduce a las profundidades terrenas, al lugar donde, inexplicablemente, el conde sigue con la estaca clavada en el pecho. Estaca que se usará para matar a Emil. Pero, claro, es sacársela y sale a la vida el sr. Mitterhaus, sin pedir más permiso. Por eso digo que no me explico cómo no se la quitan antes, jeje. Si querían rematar película y vampiro de forma original lo consiguieron. Mira que hemos visto maneras varias de matar vampiros de forma definitiva pero quizás ninguno ha dejado este mundo como el malogrado conde: decapitado por la cuerda de una ballesta. Ver para creer, de verdad.

Típica peli de vampiros con castillo y pueblo aterrorizado. La inclusión del circo es una bocanada de aire fresco y creativo, con sus aires exóticos y su mezcla de fiereza contenida, seducción y muerte. También es curioso el papel de Anna, la mujer que voluntariamente se entrega al vampiro sin ser ella vampirizada, solo siendo concubina humana y servicio de nuevas víctimas. La atracción e iniciación sexual se viste de variados formas, no siempre explícitas. La unión entre humanidad y animalidad se expresa en un equilibrado juego de fuerza y belleza.

No hay comentarios:

Publicar un comentario