jueves, 21 de abril de 2016

Zombies de Leningrado, de Javier Cosnava.

El mundo de la novela histórica tiene un curioso título como faro que vale la pena explorar. Y es que aunque se introduzca de lleno en el mundo Z todavía tan de moda, Javier Cosnava nos lleva de la manita a una época y un lugar determinados. Leningrado, en lo peor del sitio sufrido en la II Guerra Mundial, por parte de los nazis en su camino al interior de Rusia. ¿Zombis e historia? Sí, y todo desde la perspectiva de una abuela superviviente a la carnicería de la ciudad que lleva a su nieto por lugares importantes para la memoria familiar. Lo que es un viaje por poblaciones y memoria se convierte en un complemento a lo que realmente desea el chico: que su abuela le cuente una de zombis en el Leningrado de su infancia.

La novela es ágil con alguna que otra ruptura para dar cauce a las pequeñas historias que la abuela quiere dar a conocer. La principal es la que encandila al nieto: la supervivencia en una ciudad masacrada por la guerra, la falta de alimentos, el frío y los zombis. ¿Zombis como los que conocemos? Gracias al Cielo, no. Los llamados zombis son personas de piel y huesos que recorren las calles de Leningrado en busca de cualquier atisbo de carne que llevarse a la boca. Es gente desnortada por la situación que mata a semejantes para alimentarse. Son asesinos, con más o menos capacidad de razonar, que han dado un paso del que jamás se recuperarán: probar carne humana. Los más fuertes asesinan y comen, los más débiles van detrás en hordas que aprovechan lo que queda. Pero no solo se mueven por las calles. Algunos son bien conscientes de lo que hacen y se dedican a un particular mercado negro al que proveen de carne sin demostrar su procedencia.

No toda la ciudad ha caído en el canibalismo y, así, asistimos a historias a medio camino entre lo tierno y lo límite, con familiares que protegen cadáveres de sus seres queridos o los esconden bajo tierra en lugares que nadie pueda profanar. También asistimos a los esfuerzos de dos militares en su busca de un refugio para dos niñas y un perro, al tiempo que intentan descubrir quién es el infiltrado nazi que vive entre sus filas. Esta es la trama principal. Y la abuela es la niña mayor del grupo.

La ciudad se cae a trozos y las historias de este grupito enlaza con la de familias que acuden a las filas del racionamiento, personas que vagan sin sentido por las calles, asesinos que ya no ven al prójimo sino como objetivo de sus cuchillos y hachas, agentes secretos infiltrados en territorio enemigo, supervivencia manteniendo el respeto por la vida ajena, un diario que recuerda las muertes familiares, la esperanza de los asediados en sus autoridades militares y la desconfianza cada vez mayor en las altas instancias de la madre patria para cambiar el destino de la guerra. No faltará el amor que impulsa a salvar al amado ni el esfuerzo por proteger a los animales de un zoo o la entrega hasta la muerte por custodiar semillas que, en el futuro, repueblen los campos y graneros hoy desolados.

A lo largo de la novela se ofrecen varias fotografías de la época, tomadas en la misma ciudad donde se desenvuelven las historias que la abuela desgrana. Una historia que termina en la actualidad y que alcanza cotas impresionantes de respeto y admiración solo para dejarnos el rebuzo de una verdad incómoda y desconocida. Final agrio pero realista que conforma el choque entre lo que se cree y lo que sucedió realmente. 

Tras la novela, una serie de interesantes apuntes que nos conducen por la documentación y los hechos reales en los que se basó el autor para dibujar un oscuro vivir como el mostrado. También nos señala ciertas licencias y ficciones, convirtiendo esta novela en un repaso histórico ágil e interesante a un tiempo no tan lejano y dando una renovada perspectiva a una moda que se cae a trozos, como la carne de sus descompuestos protagonistas. Una joya que refulge en la amplia biblioteca Z del amigo claustroman.

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