martes, 23 de marzo de 2021

Homilía sobre san Benito en las Carmelitas Descalzas de Ourense

Homilía sobre san Benito en las Carmelitas Descalzas de Ourense

Julio de 2007

Homilía que se pronunció en el convento ourensano de las Carmelitas Descalzas, sito en Vista Hermosa, en la subida cara los Seminarios. Fue durante la novena a la Virgen del Carmen. El rosario se rezaba media hora antes de la Misa. El día de fiesta, la imagen salía en procesión por un par de calles aledañas al convento. Las hermanas no salían de la clausura.

En la fiesta de S. Benito.

A los pocos días del inicio de esta novena, nos vemos agraciados con la fiesta del santo abad Benito. Aunque tal fecha mueva a mucha gente hacia su santuario y aunque nos parezca que este día puede eclipsar nuestra celebración, para nada se preocupen. Y es que no nos dificulta sino que nos anima. 

En la figura y obras de S. Benito veremos hacerse realidad, de un modo parecido, lo que decimos de María: Virgen y Madre. Porque a poco que nos acerquemos a su biografía lo comprobamos: el joven Benito marchará a una cueva, a Subiaco, para continuar su vida célibe, que en Roma veía peligrar. Aquel hombre escondido, que había dejado atrás familia, estudios y buena vida, no quedará olvidado en medio de la soledad sino que irá recibiendo discípulos, a quienes distribuye y gobierna desde su particular estilo de vida. ¡Y cada vez más gente acudirá junto a nuestro santo! 

¡Admirable curiosidad!... aunque no mucho para un cristiano: ya el señor nos dijera que somos luz y sal. ¿Y dónde se nota mejor la luz si no es en la oscuridad o la sal en una comida sosa? Del mismo modo, en medio de la soledad también serán descubiertos S. Juan Bautista, San Antonio y San Benito (entre otros). Incluso la Virgen María es visitada por el ángel del Señor en un escondido pueblo. 

Puede parecernos que una vida escondida no da frutos abundantes, que algo privado no afecta a la comunidad… Pero, ¡atención!, tal como decimos en el Credo, creemos en la comunión de los santos y ello conlleva que debamos preocuparnos de ser buenos para influir positivamente en el resto de la Iglesia. Por la comunión de los santos todos estamos unidos y nos influimos mutuamente, para bien o para mal. Así que lo privado sí afecta a los demás. 

Volvamos nuestros ojos a María: ella es Madre siendo Virgen. ¿No parece contradictorio? Pues no: ella es Madre de Jesucristo y Madre de todos nosotros. Su mismo Hijo nos la entrega desde la cruz, cuando declara al discípulo amado hijo de María. Allí estábamos toda la Iglesia representados. 

¿Y no estaba nuestro santo abad escondido en una cueva y termina siendo abad de monasterios? ¿No era S. Juan Bautista una voz en el desierto pero tenía seguidores? Efectivamente, para Dios nada hay imposible y, como canta María en el Magnificat, “a los hambrientos colma de bienes y a los ricos los despide vacíos”. 

Hermano, devoto de la Virgen del Carmen, mirándote con sinceridad, ¿crees que el bien que haces se queda en ti, que tus oraciones no tienen poder, que tus pecados sólo te afectan a ti? Pues no: Dios te da, nos da, esa fecundidad cuando le hacemos caso, cuando le decimos, como su Madre Virgen, “hágase tu voluntad”. Recordémoslo: cada cosa que hagamos a uno de nuestros hermanos se la hacemos al mismo Dios. Que estos nos anime a cuidar cada gesto y obra.

Nuestra Señora del Carmen, ayúdanos a vivir esta fecundidad de las buenas obras, por pequeñas que sean.

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