
La invasión de nanobots ha llevado a la busca de una cura tan pequeña como su adversario, con las dificultades que eso conlleva. Porque lo que es equipo y personal andan cada vez más buscados y controlados. Quedan laboratorios y hay gente entregada, incluso hasta el punto de querer salir de su área de confort en aras de un bien mayor. Porque un remedio es posible y se alcanza pero tiene sus limitaciones. Una de las más curiosas es que trabaja en lugares donde la infección está presente. Eso significa que se activa cuando detecta a los nanos mortales pero puede acabar desapareciendo del cuerpo a proteger si pasa mucho tiempo sin descubrir amenazas.

Así que, a pesar de buenos deseos y de conspiraciones para conseguir una cura universal y expandirla, las bombas estallarán. Bombas de hasta seis megatones, bombas nucleares. Entre los enemigos de siempre, concretándose en tres potencias poderosas sobre las demás: USA, Rusia y China. Hay alguna mirada cara lo que sucede en el exterior pero en esta novela todo ocurre en territorio norteamericano. Y lo importante es lo que dicen y hacen los supervivientes norteamericanos. Sabemos de los demás, incluso cuando se produce una invasión por parte de fuerzas extranjeras, solo de refilón. Únicamente, cara el principio, podremos penetrar en las andanzas de un mudo y cauto agente soviético infiltrado. Pero, luego, los de fuera son invisibles. Se describe su armamento pero no vemos ni oímos a ningún soldado ruso o chino ni tenemos la perspectiva de sus gobiernos.

De todas, tranquilo, que aún habrá otra vuelta de tuerca que haga de la nanotecnología una salida al embrollo. ¿Que el tema de vacunas se convierte en un problema y causa de nuevas luchas de poder? Pues se trabaja en un nuevo aparato que ponga las cosas como al principio y vuelta a la alturas, eso sí, con los ejércitos extranjeros poniendo pies en Polvorosa.
Queda aquí el enlace a la web del escritor.
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