Esto de empezar una trilogía con el primer volumen y tener el segundo a mano me ha llevado a la rápida lectura de Antídoto, novela que continúa las aventuras de La Plaga. La edición que tengo delante, cesión del querido Claustroman, es la de tapas duras de Minotauro, del año 2009. El autor es Jeff Carlson.
La invasión de nanobots ha llevado a la busca de una cura tan pequeña como su adversario, con las dificultades que eso conlleva. Porque lo que es equipo y personal andan cada vez más buscados y controlados. Quedan laboratorios y hay gente entregada, incluso hasta el punto de querer salir de su área de confort en aras de un bien mayor. Porque un remedio es posible y se alcanza pero tiene sus limitaciones. Una de las más curiosas es que trabaja en lugares donde la infección está presente. Eso significa que se activa cuando detecta a los nanos mortales pero puede acabar desapareciendo del cuerpo a proteger si pasa mucho tiempo sin descubrir amenazas.
Por eso su creadora se impone la tarea de repartirla lo más posible, pasándosela a la gente que se encuentre mediante la sangre. Luego descubriremos más posibilidades de contagio con las mejoras que se consiguen. Contagio este, positivo. Pero las cosas siguen mal, no solo en los maltrechos Estados Unidos de norteamérica sino en el mundo entero. Los gobiernos supervivientes siguen con su erre que erre de conquista de terreno y control de los recursos y la población. También se aseguran alianzas internacionales y se planean traiciones. En este escenario, la consecución de una nueva arma nanotecnológica que actúe a nivel global o en territorios concretos se vuelve obsesión y la paz y la posibilidad de un nuevo entendimiento se volverán una dulce decepción.
Así que, a pesar de buenos deseos y de conspiraciones para conseguir una cura universal y expandirla, las bombas estallarán. Bombas de hasta seis megatones, bombas nucleares. Entre los enemigos de siempre, concretándose en tres potencias poderosas sobre las demás: USA, Rusia y China. Hay alguna mirada cara lo que sucede en el exterior pero en esta novela todo ocurre en territorio norteamericano. Y lo importante es lo que dicen y hacen los supervivientes norteamericanos. Sabemos de los demás, incluso cuando se produce una invasión por parte de fuerzas extranjeras, solo de refilón. Únicamente, cara el principio, podremos penetrar en las andanzas de un mudo y cauto agente soviético infiltrado. Pero, luego, los de fuera son invisibles. Se describe su armamento pero no vemos ni oímos a ningún soldado ruso o chino ni tenemos la perspectiva de sus gobiernos.
El tema de las nanoarmas se explota con la aparición de nuevas máquinas subatómicas en el torrente sanguíneo de algunos supervivientes. Eso si, ya apenas se describen o se dan a conocer datos nuevos. Ahora importa más el misterio de su aparición y sus capacidades. Así que al miedo por las nuevas batallas que esquilman la humanidad tendremos la búsqueda de la fuente de nuevos nanos. Y las decisiones que se tomen, aunque muchas veces por parezcan buenas por venir de quien vienen, tendremos la oportunidad de verlas volviéndose en contra. Las ansias de supervivencia y poder manipulan buenos resultados para convertirlos en apetecible tesoro que guardar y no posibilidad de reconstrucción conjunta del mundo.
De todas, tranquilo, que aún habrá otra vuelta de tuerca que haga de la nanotecnología una salida al embrollo. ¿Que el tema de vacunas se convierte en un problema y causa de nuevas luchas de poder? Pues se trabaja en un nuevo aparato que ponga las cosas como al principio y vuelta a la alturas, eso sí, con los ejércitos extranjeros poniendo pies en Polvorosa.
Queda aquí el enlace a la web del escritor.
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