A veces las coincidencias saltan a la vista y no puede uno, por menos, que sonreírse. Estas últimas películas comentadas tienen como protagonistas a Klimovsky y Naschy, y hoy regresa el tándem a la palestra. El personaje no nos será desconocido por haberle ya tratado en anteriores visionados, concretamente en El espanto surge de la tumba y Latidos de pánico. Efectivamente, las referencias son de Gilles de Rais, combatiente defensor de la causa de Juana de Arco y, posteriormente, mariscal descendido a sus propios infiernos y condenado por las prácticas de brujería y crímenes varios. Uno de los preferidos de Naschy, sobre el que llegó a escribir una novela, ilustrada por Javier Trujillo, poco antes de su muerte.
Hablo de coincidencia porque veo las películas que Claustroman me pasa según las tengo a ojo, sin un proyecto o siguiendo un orden. Lo cual me lleva a la coincidencia de estos días. Hoy, sin la Pocha, Julia saly. Pero sí con una chica que me llamó la atención cuando la vi y que, trasteando un poco por la Red, resulta que había trabajado en un capítulo de Curro Jiménez. Vaya usted a saber si por eso me llamó la atención su cara. Qué cosas, muerta con poco más de 18 años, pero contando ya con una intensa vida fílmica. Hablo de Sandra Mozarowsky. En la película, la primera muchacha raptada para los vicios carnales del barón de Lancré y, a mayores, sacrificio acepto para la querida del mismo y los experimentos alquímicos en busca de la Piedra Filosofal.
Eso sí, las escenas de espadachines las disfrutas como un enano, por sus coreografías ágiles, casi sin descanso, por los saltos y piruetas del gracioso Gastón de Malebranche o por la fuerza impresa al acero del mariscal de Lancré. El final, un duelo a espadas en las ruinas de la abadía, para mí está muy bien organizado y se alarga, dando lugar a distintos escenarios y varios momentos de lucha entre los dos antagonistas, sin cuartel.
El largometraje tiene de todo pero el ambiente es más el de aventuras y espadas que el de terror. La historia es la del barón Gilles de Lancré que regresa a su castillo. Este fue un mariscal curtido en el campo de batalla y preferido del rey de Francia, aunque últimamente ya no está tan bien visto. En casa le espera su amante con un alquimista, pues desean conseguir la Piedra Filosofal para alcanzar poder. Concretamente, el mariscal pretende el trono francés. Pero el resultado se resiste y todo lo invertido en los trabajos alquímicos no da resultado, por eso el barón impone un ultimátum, tanto a su querida como al alquimista. Y es que no sabe que ambos están conchabados para sacarle todo al dueño de casa. Al agotar el pecunio doméstico se inflan los impuestos y las correrías de los hombres de Lancré, teniendo como clímax el robo de muchachas para sus apetitos y posterior sangrado para la Gran Obra alquímica. Mientras el pueblo sufre y se resiente de su falta de líder, aparece en escena un bravo soldado, compañero del barón. Atónito ante el cambio demoníaco de quien fuera su capitán, organiza al pueblo y le planta cara al tirano. En una justa le tira del caballo y le hiere en un ojo. Tras pasar por las mazmorras, volverá a enfrentarse con él en un duelo sin igual que remata con el mariscal del infierno como vencedor... hasta que el poblacho le acribilla a flechazos y ayuda a su salvador a ponerse en pie.
El personaje del barón es una sinfonía de contrastres. Siendo hombre de guerra ha matado pero se lamenta, también, de haber asesinado a niños, mujeres y amigos, siguiendo las órdenes de su amante, la gélida belleza rubia, Georgelle. Por eso sufre pesadillas y no encuentra paz. A veces le ataca una enfermedad que le acompaña desde la niñez. Quizás una especie de epilepsia, que le tira al suelo entre espumarajos, como vemos al principio de la película. Las pesadillas no se quedan en la alcoba, esperando a la noche sino que en plena vigilia es atormentado, dando cuenta de ello una escena única, antes del duelo final, en la que la cámara recorre la habitación y se acerca y aleja de Naschy de forma errática. Secuencia única en la obra, que nos quiere meter en la mirada y los oídos del mariscal del infierno, sufriendo con él los aullidos, gritos y lloros de cuantos mató. Nada vemos, solo podemos acompañar los ojos del de Lancré en una busca infausta y desesperante por las paredes de su cobijo. Pero los planos subjetivos se mezclan con un enfrentamiento al atormentado, como si pasásemos unos segundos a la mirada invisible de sus víctimas. Pesadillas y enfermedad cesan ante el calor de su concubina. Esta se desvela, al tiempo, como causa y descanso de ciertos males del amado. De hecho, a pesar del ultimátum para conseguir la Gran Obra alquímica, ella sobrevive hasta los minutos anteriores a la lucha final. Hay todo un descenso a los infiernos personales desde el "soldado noble y valeroso" que luchó en Normandía con Gastón hasta el "monstruo sediento de sangre y de lujuria. Un cobarde" que ahora conocemos.
Hay una escena que parece romper ese juego y es la que nos transmite la decisión del señor de hacer penitencia y alcanzar la paz. Su noble Sillé le acompañará gozoso y sonriente. Pero una cosa es la decisión y otra mantenerla: en el camino se cruzan con unos peregrinos o quizás unos monjes limosneros, uno de los cuales le echa en cara sus carnicerías. La reacción no es nada cristiana y deshace los planes de redención y penitencia: mata al acusador y a todos los que quedaran calladitos en el camino.
Entre rubias, lacias, anda el juego, porque del lado contrario resplandece el "ángel" que acompaña a los escondidos en el bosque, Graciela (la actriz Graciela Nilson), la prima de Gastón, alegría del padre y de su valeroso y saltarín primo. Una mujer con iniciativa, hasta tal punto de formar parte de los marginados que atentan contra el dictador. En menos de tres minutos aparece dos veces, sorprendiendo gratamente a su primo, compañero de armas desde la segunda aparición, con la misma melodía de fondo en las dos ocasiones.
El barbudo y oscuro alquimista tiene su aquel, experimentando siempre pero sin ofrecer un resultado acepto a su señor, aunque digan que transmutó un trozo de vidrio en oro. Llegará a pedir sangre de doncellas para la Gran Obra pero nada conseguirá. Y yo me pregunto, si las quiere doncellas, ¿cómo se les ocurre dejarlas antes del ritual pasar por la alcoba del barón? A ver si va a ser por esto por lo que el embaucador no logra la Piedra Filosofal. Claro, con la última no sabemos qué pasaría... De él sabemos también que actúa compinchado con Georgelle y que han dejado vacías las arcas del castillo y al pueblo sin pan. Una escena curiosa, que me recordó a otra similar de El Quijote, fue la de la cabeza parlante de un decapitado. Personalmente, esperaba que hiciesen lo que Naschy montó con su propia testa en El espanto surge de la tumba: ocultar el cuerpo y hablar, como si fuese un decapitado parlanchín. Aquí no, se ve el engaño y la cabeza no mueve un músculo a la hora de manifestar al señor de las tinieblas.
Y paro ya, jeje, que me desboco, dejando un sonriente homenaje al soldado que le toca andar de aquí para allá, protegiendo los lindes del castillo de los Malebranche.
Para quien quiera leer un poco más, vamos a la abadía a enterarnos.
El personaje del barón es una sinfonía de contrastres. Siendo hombre de guerra ha matado pero se lamenta, también, de haber asesinado a niños, mujeres y amigos, siguiendo las órdenes de su amante, la gélida belleza rubia, Georgelle. Por eso sufre pesadillas y no encuentra paz. A veces le ataca una enfermedad que le acompaña desde la niñez. Quizás una especie de epilepsia, que le tira al suelo entre espumarajos, como vemos al principio de la película. Las pesadillas no se quedan en la alcoba, esperando a la noche sino que en plena vigilia es atormentado, dando cuenta de ello una escena única, antes del duelo final, en la que la cámara recorre la habitación y se acerca y aleja de Naschy de forma errática. Secuencia única en la obra, que nos quiere meter en la mirada y los oídos del mariscal del infierno, sufriendo con él los aullidos, gritos y lloros de cuantos mató. Nada vemos, solo podemos acompañar los ojos del de Lancré en una busca infausta y desesperante por las paredes de su cobijo. Pero los planos subjetivos se mezclan con un enfrentamiento al atormentado, como si pasásemos unos segundos a la mirada invisible de sus víctimas. Pesadillas y enfermedad cesan ante el calor de su concubina. Esta se desvela, al tiempo, como causa y descanso de ciertos males del amado. De hecho, a pesar del ultimátum para conseguir la Gran Obra alquímica, ella sobrevive hasta los minutos anteriores a la lucha final. Hay todo un descenso a los infiernos personales desde el "soldado noble y valeroso" que luchó en Normandía con Gastón hasta el "monstruo sediento de sangre y de lujuria. Un cobarde" que ahora conocemos.
Hay una escena que parece romper ese juego y es la que nos transmite la decisión del señor de hacer penitencia y alcanzar la paz. Su noble Sillé le acompañará gozoso y sonriente. Pero una cosa es la decisión y otra mantenerla: en el camino se cruzan con unos peregrinos o quizás unos monjes limosneros, uno de los cuales le echa en cara sus carnicerías. La reacción no es nada cristiana y deshace los planes de redención y penitencia: mata al acusador y a todos los que quedaran calladitos en el camino.
Entre rubias, lacias, anda el juego, porque del lado contrario resplandece el "ángel" que acompaña a los escondidos en el bosque, Graciela (la actriz Graciela Nilson), la prima de Gastón, alegría del padre y de su valeroso y saltarín primo. Una mujer con iniciativa, hasta tal punto de formar parte de los marginados que atentan contra el dictador. En menos de tres minutos aparece dos veces, sorprendiendo gratamente a su primo, compañero de armas desde la segunda aparición, con la misma melodía de fondo en las dos ocasiones.
El barbudo y oscuro alquimista tiene su aquel, experimentando siempre pero sin ofrecer un resultado acepto a su señor, aunque digan que transmutó un trozo de vidrio en oro. Llegará a pedir sangre de doncellas para la Gran Obra pero nada conseguirá. Y yo me pregunto, si las quiere doncellas, ¿cómo se les ocurre dejarlas antes del ritual pasar por la alcoba del barón? A ver si va a ser por esto por lo que el embaucador no logra la Piedra Filosofal. Claro, con la última no sabemos qué pasaría... De él sabemos también que actúa compinchado con Georgelle y que han dejado vacías las arcas del castillo y al pueblo sin pan. Una escena curiosa, que me recordó a otra similar de El Quijote, fue la de la cabeza parlante de un decapitado. Personalmente, esperaba que hiciesen lo que Naschy montó con su propia testa en El espanto surge de la tumba: ocultar el cuerpo y hablar, como si fuese un decapitado parlanchín. Aquí no, se ve el engaño y la cabeza no mueve un músculo a la hora de manifestar al señor de las tinieblas.
Y paro ya, jeje, que me desboco, dejando un sonriente homenaje al soldado que le toca andar de aquí para allá, protegiendo los lindes del castillo de los Malebranche.
Para quien quiera leer un poco más, vamos a la abadía a enterarnos.
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