

- Eres muy bonita.
- Gracias.
- Estoy segura de que Clara te ha explicado la clase de reuniones que hacemos.
- Estoy muy contenta de estar aquí. Siempre he deseado un trabajo así.
- Gracias.
- Estoy segura de que Clara te ha explicado la clase de reuniones que hacemos.
- Estoy muy contenta de estar aquí. Siempre he deseado un trabajo así.
Allí, ataviados con una vestidura de una pieza que les cubre el cuerpo desde el cuello a los pies y tapadas sus caras con unas horribles máscaras, bajarán al lóbrego sótano donde bellas damas les esperan y la mesa ha sido dispuesta de forma elegante y generosa. Lo único a lo que van es a satisfacer sus impulsos y dejarse llevar por el placer, eso sí, haciéndolo todo allí, a la vista de los demás.


En la supervivencia postcatastrófica, tenemos a un líder de los ricos, Fulton (Alberto de Mendoza), que sabe cómo protegerse, cómo observar a las hormigas para saber si la radiación está ya cerca y cómo organizarse. Todo este derroche de saber no va a librar, como te imaginas, a los supervivientes. Pero antes de la muerte hay peripecias mil que podrás observar: las tensiones internas, los intentos de fuga, la organización de los invidentes que, a mayores, ya vuelven a hablar, gritando y arrojando piedras a los de la casa, el papel de líder del ciego del pueblo, la aparición del "séptimo de caballería" en un autobús que podría conducir a los que corren lejos del lugar a terreno civilizado y a las respuestas... y ese truculento final que a ritmo de Himno de la alegría, muestra la contundencia de las autoridades (imagino) tapando el asunto, literalmente. Este Himno es el cuarto, el último en la composición, movimiento de la novena sinfonía de Beethoven. Un fragmento bien conocido que abre y cierra la película, con esa contraposición entre lo que se ve y lo que se escucha, como uniendo en una maremagnum contradictorio la unión del ser humano en la tragedia y la muerte. Y es usado también en el momento en que amanece y la radio vuelve a la actividad de transmitir sonidos: el musical y el aviso de las autoridades cara los supervivientes: la guerra ha terminado, dicen, salgan a las carreteras principales. Ya en el autobús, sonará por penúltima vez, mientras la feliz pareja formada por Fulton y Clara, científico y prostituta, es gaseada.
La muerte, destino común que aquí se alcanza por la violencia, ya sea de los disparos, de pedradas o aplastamiento por masa, ya por la represión que el poder fáctico desplaza al lugar de la detonación para ocultar el percal. Y, así, el muerto al hoyo y el vivo al bollo.

- Es usted un canalla.
- Cállate, perra.
- Cállate, perra.
Y mientras la huesa ronda, la locura la precede, llevando a los desesperados a unirse tras un ciego para cazar a los poderosos, y tirando por el suelo a un señor médico que hace honores a la máscara que le ponen al entrar a la casa: la de un cerdo.

En cuanto a las autoridades, que siempre se mentan cuando algo malo pasa, aquí andan cumpliendo órdenes. En una curiosa escena, siendo la policía que para un coche para darle un recado: tiene que llamar urgentemente a su despacho. Y, al final, dando la callada por respuesta y, bien enfundados en unos trajes grises y blancos, tapando el asunto y a los muertos bajo tierra.
- Una zorra menos.
Para breve complemento y lectura más técnica, no dude usted en tomarse unos minutos más, minutos musicales si lo desea con la novena sinfonía de Beethoven, y con ella de fondo pásese por la querida abadía que tantos datos nos ofrece o por la colección dedicada a Naschy. Y páselo de miedo.
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