lunes, 16 de noviembre de 2015

'Latidos de pánico', dirigida por Jacinto Molina, 1983

Lápida de Alaric. 1515-1562. Y hasta hoy.
 No sé si alguien me secundará en mi petición de celebración del V centenario del nacimiento de Alaric de Marnac, siguiendo la cronología de esta película. Efectivamente, en una calmada visita a la tumba del oscuro militar francés, la cámara enfoca las fechas de nacimiento y muerte, antes del paso tétrico de una serpiente sobre la piedra sepulcral. Serpiente que volverá a aparecer cara el final, señalando a la parca su objetivo maldito: llevarse a la señora de Marnac.
 
 ¿De dónde sale eso? Pues de la leyenda que se menta en el largometraje: Alaric de Marnac halló a su mujer con otro hombre, yaciendo, y la persiguió y asesinó. Luego, deslizó su alma y sus manos a la alquimia, la brujería y el asesinato. No llegándole esta vida para su cruenta sed, maldice, y, maldiciendo, alarga su pesada existencia para materializarse en su armadura cada cien años, llevándose en ese instante a la mujer que lleve el apellido de Marnac.

Así comienza esta película de suspense y aparecidos malditos. Ahí tendremos al armado Alaric persiguiendo, en la noche, a su mujer en cueros, dándole persecución y muerte. Un salto en el tiempo nos lleva a París, luego a una población rural donde la mujer de un descendiente de Alaric encontrará reposo para su enfermo corazón. Rubia de larga melena (como la larga y bella melena de Ami), con su paseo lento y una cara que transmite una honda y enfermiza desolación, ha de caer muerta ante la visión de un armado caballero que se persona en su casa de descanso. Parece que la leyenda tenía razón y sirve para algo más que traer pesadillas a las mujeres que la escuchan y transmiten. Lo de las pesadillas es literal. Tal como sucede en otras, aquí habrá su momento onírico revelador.


 - A mí todo eso me parece un cuento.

Pero no, la muerte es obra de la humana perfidia y responde a un plan trazado entre varios compinches. En el centro del asunto, Naschy. Esta vez vuelve a darle carne a su admirado Gilles de Rais, en versión Alaric; versión libre, por cierto. Aquí, pues, aparece como Alaric y como un descendiente suyo. Este es un arquitecto casado con una rica heredera. Cada uno porta su carga de maldad, aunque ella parece ahora arrepentida y especialmente agradecida con cualquier cariño que se le profese, especialmente si sale de su añorado marido. Porque Paul, que así se llama en la película, no siempre está con ella. Ya sea porque va al pueblo para estar al tanto de la captura de unos villanos que les atracaron cuando venían para la casona, ya porque va a París, nuestro protagonista no siempre acompaña a su señora y sí se hace acompañar de otras: jóvenes para acostarse con ellas y hacer planes, mayor cuando se trata de cuidar de su casa.

 
- Tú eres rica y nosotros somos pobres. Esto es un acto de justicia social.

 Así la trama se teje y complica porque, claro, al final acaba enredado en los brazos de dos mujeres. Y sobra una, aunque sea él el que estorba a los ojos de una de ellas. La muerte tendrá trabajo extra, pues, con los habitantes que quedan en la casa. Y habrá tiempo para que uno tras otro vayan pasando al otro lado. En principio, por la mano de los planes homicidas que se traman; al final, por la maldición de Alaric, que ya la habíamos olvidado y que resulta ser tan real como las maquinaciones infames del hombre y las mujeres que llegan a esta casa. Lástima que no solo los monstruos hallan un triste final sino que también la inocente ama de llaves ha de probar un desagradable sabor a sangre en su boca, exhalando un agónico aliento entre las manos de su asesina.

 Las señoras de Marnac que pasarán ante nuestros ojos sufrirán una misma muerte agónica y tensísima, sofocándose ante la persecución del armado caballero o su descendiente. Minutos que se alargan para sufrimiento de la protagonista y de los espectadores que no estén acostumbrados a este estilo y forma de crear sensaciones malsanas. 

 

- El caballero... la muerte... Dios bendiga esta casa.



 Francia, maldición, sangre y muerte, cadáveres que esperan tras las puertas en una descarnada y pútrida aparición, mujeres que acaban entre los fuertes brazos del mismo hombre y corren una misma y desgraciada suerte, sepultura donde se esperaba hallar salud y, al final, paz, pero no la paz de la redención sino la del cementerio.
  
 - Tu muerte resolvería  el problema.



En un borbotón de detalles, te comparto que esta fue la tercera y última vez que Naschy dio rostro y voz a Alaric de Marnac, tras las setenteras El espanto surge de la tumba (1972) y El mariscal del infierno (1974). Aquí tendrá como compañeras de reparto a Julia Saly (con la que trabajó en unas cuatro películas), Lola Gaos (conocida del género de terror y comunista antifranquista, de la cual guarda buen recuerdo Naschy, aunque le habían comentado que ella tenía mal genio) y Silvia Miró (en la que me parece la única incursión en el género). La casa donde se rueda perteneció al Generalísimo y cuentan que fue un dato que se intentó ocultar a Lola Gaos. Se entera y sigue adelante con el rodaje, ya no por gusto al sitio sino por profesionalidad. Vuelve a decirse que el careto de Naschy no era agradable. Un reloj marca las doce y cinco, cosa que ya había aparecido en otras películas donde estaba Paul... y donde aparecía en algún momento una foto suya, como aquí aparece. Se manifiesta la catolicidad del personaje de mayor edad en la película (mujer y sirvienta, a mayores), lo cual no es óbice para que sea la misma que tira las cartas del Tarot en la cocina y se vea que cree en su catastrófico mensaje.

Título en los créditos finales.
 Hoy, para la parte dedicada a los enlaces, traigo la película, datos y una crítica berziana, junto con otra crítica bloguera. Vale la pena saber que Naschy escribió una novela dedicada a Alaric y que su dibujante, Javier Trujillo, es un fanático colaborador y transmisor de su legado.

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