Terminar una novela de trama oscura a plena luz de mediodía me hunde en una sensación extraña donde el mundo imaginado y el percibido parecen pegarse un rato, mientras no tomo conciencia de dónde estoy. Es lo que tiene la inmersión en los mundos imaginados de los escritos y los fulgurantes de la pantalla grande. Si a eso le añadimos que he dejado pasar un rato y puedo disfrutar de un ardiente atardecer nublado como este de aquí abajo, entonces, gozada completa e imaginación recurrente.
Pero yendo al tajo, sin haber leído la novela anterior de este autor, Brian Keene, con esta La ciudad de los muertos, me he enterado de todo perfectamente y he disfrutado de las peripecias de un grupo de supervivientes a la masacre zombi.

Este fue un detalle novedoso que me animó a leer hasta el final. Entre manos tenía una nueva aventura zombi, que tan de moda siguen, pero al aparecer un elemento de novedad, me atrajo. Buena elección para dejarme, Claustroman. Los zombis de Keene son antiguos espíritus que desean venir a la Tierra a poseer todo ser vivo, arrasar el mundo a fuego y saltar a otros planetas, oscureciendo la creación. Quieren apagar esa luz de vida que Dios nos concedió. Y para ello, capitaneados por un espíritu llamado Ob, poseen los cuerpos de los muertos, de cualquier especie perteneciente a mamíferos, peces, reptiles y aves. La idea es destruir todo ápice de vida y dejar campo abierto a dos nuevas invasiones que se ocuparán de otras especies y de la consumación final.

Keene, como tantos otros autores del género, conduce a una situación límite donde los zombis entran donde nadie pensó que entrarían y eso conlleva una movilización y una respuesta contundente por parte humana. La salida de algunos combatientes es otro clásico en las escapadas de humanos de zombis.
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