

Este libro es de poco más de doscientas páginas pero la parte de biografía compartida es de unas 178. Se complementa con una introducción de Alberto de Cuenca y un epílogo de Quentin Tarantino que no van más allá de 8 páginas escritas. Las dedicadas a las fotografías no están numeradas pero ocupan 10 hojas.
Estas memorias apelan a la máquina del tiempo de H. G. Wells y no son linealmente cronológicas sino que van un tanto al ritmo del autor, a lo que le surge cuando cita una película, a una persona o un acontecimiento. Y están redactadas en un estilo breve y ágil que te lleva a seguir más y más. Son emotivas. La alegría de poder expresarse y de verse reconocido pasa, a veces, al agrio recuerdo de su soledad y aportaciones dentro del cine. Pero no solo de cine se habla y don Jacinto rescata recuerdos de sus épocas como competidor, de los obstáculos que sufrió en su carrera halterofílica, de las mujeres de su vida (o, al menos, de algunas), del apoyo que encontró en su padre, mujer e hijos y el vacío que padeció por parte de su familia cuando eligió dedicarse al deporte y al cine, lejos de las trayectorias serias que le preveían como arquitecto o ingeniero.

Poco después de la publicación de este libro, murió, así que es una fuente bonita de datos y anécdotas para conocerle. Y al acceso de cualquiera que se pase por la biblioteca de la ourensana y empedrada Calle Concejo. Una fuente de datos que no se queda en ellos sino que es una colección emotiva de recuerdos que fluyen con la presteza de una conversación o del monólogo que se produce en una conversación, cuando quien habla entra en barrena y quien le escucha sonríe y queda embobado, pidiendo más y más.

Forma parte este libro de toda una colección y es un buen apunte autobiográfico que se lee con gusto y rápido, a falta de tiempo o de un ejemplar de las Memorias antes citadas, con casi el doble de páginas que estas.
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