Encontrarte a un director que con cuatro perras te consiga un producto digno, divertido y haga pensar, tiene su mérito. John Carpenter gastó cuatro millones en esta película y cumplió. Su They live (1988) te introduce en el mundo cotidiano de una ciudad norteamericana tocada por la crisis, con sus barriadas de pobres y marginados, con su iglesita episcopaliana y hasta con un predicador ciego de corte apocalíptico. Y te hace pensar porque te enfrenta a una realidad cotidiana en la que puedes moverte superficialmente todos los días. Su crítica a un consumismo feroz y a las obligaciones de productividad, obediencia ciega y mutismo castrador, las viste de una invasión extraterrestre, aportando tanto un toque de ciencia ficción como otro de suspense sin faltar el humor. ¿No ha ocurrido ya muchas más veces? Las historias de ciencia ficción no te ayudan a evadirte sino a leer desde otra perspectiva tu cotidianeidad.
Tenía la película pendiente de un visionado y por fin ha llegado el momento. Recordaba el cartel promocional, con ese hombre con gafas de sol a medio subir o bajar y con ese rostro descarnado y monstruoso reflejado en ellas. Al hombre lo conoces con el inicio del filme, resultando llamarse Nada, dato que no sabrás por la película en sí sino por los créditos. Y al monstruo tardarás un rato en darte cuenta de su existencia. Y eso que los tendrás delante todo el tiempo. Una banda sonora de tempo lento te acompaña y se repite hasta el infinito y más allá, creando una atmósfera pesada que puede llegar a aburrir cuando no cambia su ritmo.
Nada, interpretado por un luchador televisivo de la WrestleMania, es un hombre que pasea con su mochila y sus herramientas en busca de trabajo. La situación general es de crisis, la oficina de empleo no le informa de nada disponible y cuando halla uno le reciben de aquella manera. Tras la jornada en las obras de un edificio ha conseguido abrigo y un amigo, Frank, un hombre negro que sobrevive con otras personas en una barriada de chabolas. Del otro lado de la calle, la iglesia episcopaliana y sus luces encendidas a las tantas.
Entrevistada en televisión: Lo único verdaderamente importante es ser famosa. La gente me mira y todos me adoran. Oh, yo no envejezco nunca porque me he vuelto inmortal.
Esto será lo que lleve a Nada a fisgonear y descubrir que en la iglesia la gente se reúne para algo más que para rezar. Allí encontrará a cierto predicador callejero y a un señor que sale por la televisión avisando a la población del control al que se halla sometida. Comienza la revelación. Y como todo aviso revolucionario en favor del pueblo, una reacción de la autoridad: arrasando las chabolas, revolviendo en la iglesia cercana y deteniendo y golpeando gente. Nuestro Nada se salva con otros escondidos y, en un posterior pase por la iglesia, se topa con una caja que decide inspeccionar lejos de ojos curiosos.
Frank: La ley del dinero. Quien maneja el dinero hace la ley.
De ojos va la cosa y ya podemos pasar a conocer a las gafas del cartel. Tras ponerse un par, Nada queda en shock por lo que descubre: un mundo en escala de grises donde se repiten mensajes como No pienses, No te despiertes, Obedece,... un mundo por el que pasea todos los días que está conformado por seres humanos y unos inquietantes humanoides cuya cara recuerda a una calavera con parte de carne adherida todavía. Ahora puede ir comprendiendo las palabras del predicador callejero y las del hombre que intentaba colar su frecuencia por la del canal 54 de la televisión por cable. Su toma de conciencia le lleva a enfrentarse a los infiltrados y sus socios, a escapar y matar para salvarse y hasta a secuestrar a una mujer, Holly, que casi le mata a él tirándole desde la ventana de casa. Un detalle que se repetirá y que podemos conectar con otro de minutos antes es el del dolor de cabeza: tanto cuando emitía el pirata desde la televisión como cuando se usan las gafas reveladoras, te duele la cabeza. El descubrir la verdad te noquea.
Solo, perseguido por la policía, urdido por poder hacer algo, busca a su amigo Frank para que se ponga las gafas y le ayude a buscar a otros. Como Frank le cree un matón pasa de él pero el amigo Nada se emperra y comienza una pelea de más de cinco minutos que lo mismo te divierte que te cansa. Pero, oye, todo sea por dar a conocer la verdad. Lo mismo le pasó a Neo que, al principio, tuvo que darse de leches con Morfeo, ¿no? Pues aquí tenemos a los dos enfrentados por defender sus posiciones en cuanto a ponerse o no unas gafas.
Frank: ¿Cuánto tiempo llevan ahí?
Nada: Quien sabe...
Frank: ¿Quiénes son? ¿De dónde vienen?
Nada: De Disneylandia seguro que no.
Convencido, y vapuleado, Frank ve lo que Nada ve y se deciden al ataque, buscando gente como ellos, bajo el lema de "Se les va a acabar la bicoca" (Nada). Darán con ella, un grupo de resistentes humanos que han descubierto que somos el ganado de una raza de inversores (extraterrestres) que nos usa a nivel personal y planetario. La forma de represión es interesante porque no se basa en la violencia y el dominio por la fuerza sino por el engaño y la felicidad. No es algo nuevo aunque sí fue poco usado. Se preferían más los estados represores para reflejar la subyugación del poder. Ahí tenemos dos clásicos para entenderlo: Un mundo feliz y 1984. Huxley abogó por el control de natalidad y la genética, poniendo a cada persona en su lugar, para que se realizasen en aquello que sabían hacer y que les habían programado conductualmente, y Orwell apostó por un estado represor que mira al control de la colectividad con continuas guerras y restricciones. Aquí iremos por la senda de la felicidad y la realización. Es el camino de Nada que, con su media sonrisa impertérrita, dice cumplir las normas y creer que América lo recompensará con una oportunidad en su momento. Al ver lo que hay, descubre la banalidad de su pensar y se une a otros para luchar. Si volvemos a Matrix tenemos a gente como él y otros que prefieren, o ya no soportan, vivir fuera de la mentira virtual que les rodea.
La resistencia le provee de armas y unas lentillas que son más fiables que las gafas de sol. Solo falta un objetivo, la gente quiere luchar y no resignarse a una existencia cada vez más exigua. ¿Recuerdas a Holly, la que tiró a Nada desde su ventana? Ahora aparece de la nada para darles esperanza y un dato: los extraterrestres usan un potente emisor de televisión que si se destruye permitirá volver a ver el mundo tal como es. Se confirma el método: somos alcanzados por ondas que desvirtúan la realidad circundante y oculta el rostro inmundo de los infiltrados. Pero la revelación movilizador llega, de nuevo, como prólogo a nuevas persecuciones y luchas. Nuestros ya inseparables Nada y Frank llegarán hasta el fondo de la cuestión, literalmente, pudiendo ver que hay humanos colaboracionistas que promueven el sistema de manipulación, consumo y yugo. Desde ese fondo que se divide en habitaciones donde encontramos humanos cenando con los extraterrestres y descubrimos sus intenciones y su método de traslación, hemos de subir hasta el techo, lugar desde donde emite el aparato ocultador.
La crítica se dirige a la televisión con sus mensajes de vidas felices pero vacuas, centradas en la superficialidad y la venta de la persona por el personaje. La televisión controla las mentes y repite la señal de control de la población. Así se vuelve imposible ver los mensajes subliminales que llenan los anuncios, las revistas y carteles publicitarios que, bajo atrayentes imágenes nos venden un producto con lazo: el que nos ata al consumismo y la reproducción de la especie como simple continuación consumista en aras de los venidos de lejos, conformando al planeta azul como un barrio tercermundista que poder expoliar con gusto propio y hasta de la paleta humanidad. La escena que unifica todos los mensajes y que aterra por su sencillez es la de la visión de un fajo de billetes que, puestas las gafas, arrojan una verdad lapidaria en forma de mensaje: Este es tu Dios.
Holly reaparece y no para ayudar, precisamente. Si seguimos con Matrix podríamos pensar en Cifra, el traidor de la primera entrega, que desea ser reinsertado en Matrix. Pero no evitará el sacrificio de Nada, capaz de volver a sonreír y mandar un saludo a los infiltrados de horrendo rostro con el dedo corazón de su mano agonizante. La señal se para y los extraterrestres son reconocibles en la calle, la televisión... y el lecho.
Como ofertas de entrada, el texto que fue la inspiración del cómic que descubrió Carpenter y desde el que ideó la película y el visionado en una versión de español latino del filme.
Infiltrado descubierto: ¿Algo va mal, nena?
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