miércoles, 10 de febrero de 2016

"La noche de las gaviotas".

Días invernales en Ourense, con lluvia y viento en la urbe, complementados con vientos más fuertes y hasta algo de nieve en los altos. Las ventanas han quedado impregnadas de gotas somnolientas que nos reciben de buena mañana y le dan al día ese toque gris romántico y bonachón que propicia estados oníricos abiertos a lo atávico. Así que es normal que rematemos el ciclo de los templarios ciegos y sonriamos ante la obra de este coruñés errantey esperemos, con calma pero tensos, la continuación y homenaje a su obra en el corto El último guión, del que hay tráiler y entrevistas varias.


Este gris que quizás alguno pueda considerar opresivo y tristón aparece en las gastadas piedras de la población a la que se dirigen los protagonistas de la película. Oscuro, en medio de la noche, con el paso fugaz de los blancos hábitos templarios al inicio del filme, cuando se da un vistazo a un evento medieval que conlleva el ritual satánico de la muerte de una doncella y su desangrado en las bocas infames de guerreros que aprendieron en oriente el secreto de la vida eterna terrenal. De una pareja que busca la población donde ha de vivir, matan al hombre, desesperado ante la puerta que no se abre de la única casa que encuentra en su camino; raptan a la mujer, interpretada por la imponente Susana Estrada que, siguiendo el canon de la mujer frágil, se desmaya ante el contacto repulsivo de unos caballeros mudos. 


En silencio, ya en su etapa mortal, llevan a cabo el ritual, básicamente igual al que ya conocemos de las dos primeras entregas: chica a la que se despoja de parte de su ropa, pecho al descubierto, cuchillo que abre su caja torácica para arrancarle el corazón. Como en la primera, los caballeros se arrodillan para beber su sangre directamente del cuerpo. A diferencia de la segunda, el corazón no lo toma el prior para su uso y disfrute sino que lo coloca en la boca de un sórdido ídolo de piedra. Y el cadáver queda en medio de una colonia de quizás sabrosos centollos (¿guiño al coruñés origen del director? La segunda vez que aparezcan va a ser en una secuencia larga, toqueteando a Julia Saly).


Mujer: ¿Qué ocurre? ¿Nos hemos perdido?

Hombre: Me temo que sí. Estamos cerca del mar y nuestra nueva casa está tierra adentro. Esta maldita niebla...

Mujer: Insististe en viajar de noche...


Se recupera el inicio de título de La noche del terror ciego y aunque en él aparezca el nombre de cierto pajarraco, estas aves cuentan poco en el desarrollo de la trama. Su graznido ocupa parte de la banda sonora ambiental y el cese del mismo es una señal de un cambio, de algo grande que va a pasar, coincidiendo con las últimas muertes en el pueblo. ¿Quizás un adelanto de la liberación de aquellas mujeres indefensas y de su tributo involuntario? Como si no fuese necesaria la venganza, ellas desaparecen, pudiendo volar en cielos más altos y mejores. La comparación y unión entre almas y gaviotas, con su espectral actividad nocturna, aparece en la película, en las palabras de un indefenso retrasado del pueblo.


Teddy: Los muertos que salen del mar se llevan a las muchachas. Una cada noche. Sieeete noches.

Henry: Dices que se las llevan. ¿No regresan nunca?

Teddy: Las muchachas muertas son esas gaviotas que gritan y gritan. Son las almas de las sacrificadas.

 

En el tiempo actual, incluso avisando que es una historia real, las cámaras siguen a una pareja hacia un pueblo perdido. El hombre es el nuevo médico del lugar y la población es un conjunto de personas que les hacen el silencio y desoyen sus preguntas. Incluso, el anterior galeno quiere irse cuanto antes y no espera al día siguiente para pasarle los trastos de tortura a su colega. La impresión que deja del pueblo y sus habitantes es la de cerrazón cara los de fuera, recomendando que pida el traslado cuanto antes, que no se inmiscuya en los asuntos del pueblo y no salga de noche nunca. "Solo así podrá salvarse. Solo así", recalca el que se va. Y las primeras impresiones de la mujer son afines.





Joan: Todo es horrible aquí, Henry, volvamos a casa.

Henry: Esta será nuestra casa, Joan. Es preciso tener paciencia.

 


De todas, la primera noche ya dará mucho de sí. Una espectral aparición que resulta ser el tonto del pueblo, precisa de ayuda médica, las gaviotas tienen actividad nocturna antinatural y una procesión de mujeres vestidas de negro acompañando a una joven de blanco marcan los hitos de unas sospechas que el joven doctor cree fundadas en tradiciones antiguas e inofensivas, relacionadas quizás con la busca de buenas pescas. Una playa, una ofrenda de sagre, el ídolo... referencias renovadas que nos llevan al mundo de Lovecraft y sus ritos arcanos y ocultos que hablan no solo de la antigüedad sino de actuales poblaciones costeras que no solo han llegado a ofrecer sangre de sus convecinos sino, incluso, han llegado al ayuntamiento carnal con criaturas escamosas. El caso es que las anteriores películas habían sido un éxito y los productores alemanes querían, y ya, una nueva entrega. Ossorio busca inspiración en el genio lóbrego de Providence para renovar su criatura. Y no será la única renovación sino que tendremos a unos templarios mudos, en versión humana y rediviva. Tampoco serán acompañados por la consabida harmonía cacofónica de las precedentes sino que lo que se oiga será la campana (como en la primera) y el eco reverberante de extraño compás de los caballos. Al final del filme sí tenemos nuevas entregas de coros ultraterrenos. Las escenas de levantamiento de las tumbas son las consabidas de su primera aparición. En una graciosa escena, cuando se entregue la segunda chica (encarnada por una interpretación breve de Julia Saly, tercera muerte femenina de la película), un templario quedará pasmado y descolocado al no escuchar nada y solo localizan él y un adlátere a su víctima propiciatoria cuando esta gime.


Con poco más de media hora de filme, el doctor ya pone las cosas en su sitio y deja paso a las sospechas y miedos de su esposa, abriendo oídos a los dichos de Teddy, un pobre hombre al que maltratan (como el Murdo bouzanés de la segunda), y Lucy, una joven huérfana que se presta a yudar en la casa del médico (interpretada por la malograda y joven Sandra Mozarowsky). El detonante es la excitación y la extraña comitiva que viene a buscar a Tilda, una joven que corre a la casa del galeno y es recogida por el pueblo para entregarla a los templarios. Claro, al día siguiente, la pareja de forasteros no la halla en el pueblo y a Teddy le despeñan por irse de la lengua. La población ofrece siete jóvenes cada siete años como ofrenda sangrienta a los inmortales templarios ciegos para que estos no caigan sobre el pueblo y lo arrasen. Otra vez la tradición oscura se enfrenta a la ciencia pero esta vez el hombre estudiado no la secunda y cree sino que actúa para salvar una vida y listo.


Vendedora: No los necesitamos ni a usted ni al médico.

Joan: Si se pone enferma cambiará de idea.

Lucy: Deje que yo se lo lleve, señora. Usted no está acostumbrada a esto.

Joan: Gracias.

Vendedora: Lucy, ¡mucho cuidado!

La septena no está completa y es el turno de la esforzada Lucy, que se entrega voluntariamente, sabiendo lo que se juegan. Otra vez la negra procesión de mujeres, otra vez la víctima de blanco que es atada en las rocas junto al mar. Pero, oh, sorpresa, los caballeros la hallarán salvada por un humano que corre con ella para huir. Las consecuencias son nefastas y la población no espera a ver qué pasa: huye del pueblo. La familia del médico podría también irse pero dos sucesos la retienen en casa: la aparición de un maltrecho Teddy y el robo de su vehículo. Solo vale el atrincheramiento domiciliario. 


Lucy: Debí quedarme allí, señora. Nadie puede negarse a los caballeros del mar. Siempre ha sido así. Dicen que vinieron de Francia, perseguidos por sus vicios y maldad. Cada siete años suenan sus campanas y siete muchachas han de ser sacrificadas en siete noches seguidas.

Joan: ¿Y nunca se negaron a entregarlas?


Lucy: Sí. Y los caballeros cayeron sobre el pueblo y lo arrasaron, matando incluso a los niños recién nacidos.

 


Y aunque sea la casa que queda a las afueras, allá van los caballeros y hasta se infiltran en ella a pesar de las puertas y ventanas reforzadas con maderas. Todo intento de resistencia es fútil y Teddy cae. Los supervivientes tiran de ingenio y de desván, única salida que les lleva al exterior. Y, una vez más, como en las dos primeras películas, toman los caballos muertos como transporte, a pesar del asco de Lucy ante la perspectiva. Un clásico de las persecuciones y escapadas en estas películas: robar el caballo al enemigo. Hasta ahora los habíamos visto dóciles aunque terroríficos. En alguna toma, de todos modos, vemos que son caballos normalitos, a los que incluso ni se les oculta la cabeza o se maquilla.

No problemo, los templarios siempre tienen efectivos suficientes para la persecución y acoso. Lo cual me lleva a la pregunta de cuántos son realmente. Hay una novedad en este título y es que los caballos no obedecen y los llevan cara el castillo templario. A él solo llegan dos, ya que Lucy cae en la orilla del mar y los caballeros dan cuenta de ella. Cosa curiosa, apenas hay planos de las muertes de ella y de Teddy. Lo atmosférico e insinuado quedan como primario, dando un nuevo rumbo a la saga y su ambiente. Y los templarios mantienen un continuidad entre la vida y la no vida en detalles como su mudez continua y el gesto de sacarse los guanteletes metálicos antes de atacar (como se ve ante el sacrificio de la Flanagan, Tilda).

El castillo custodia el ídolo... y la conclusión del doctor Stein: que su esposa es la siguiente. Así que empujan con denuedo la imagen batrácica adorada. Y consiguen derrumbarla a tiempo, pues nuevos guerreros estaban levantándose en las tumbas cercanas. Este derrumbe trae la caída de los cuerpos muertos y los que las tumbas contienen vuelven a su estado oscuro y húmedo, sus cuencas vacías son surtidores de sangre y sus manos, al golpear el suelo, se quiebran como astillas y ceniza. En la playa, los restos de los persecutores, en un plano que transmite alegría y calma.


Como en las tres anteriores, una pareja se salva pero coinciden con el destino de la de la segunda únicamente. Recordemos que en la primera hay una carnicería a bordo de un tren, en la segunda la marcha tranquila de una pareja y una niña, en la tercera otra pareja termina en la playa lejos del buque maldito pero demasiado cerca de las garras descarnadas de los ciegos y en esta tenemos al matrimonio que se escapa por los pelos de la muerte. Hay otro pueblo que queda vacío: en la primera era Berzano, olvidado y sin población, en la segunda era Bouzano, en fiestas pero esquilmado hasta que el amanecer da tregua y permite vivir a tres, en la tercera todo sucede en un errante barco antiguo y en la final tenemos un pueblo con miedo al principio pero vivo que termina con miedo pero huyendo. En la primera y segunda, un hombre de ciencia conoce y cree en las leyendas templarias, en la segunda no hay hombre de ciencia y es un cejijunto pueblerino quien conoce las leyendas y el rito para atraer a los no muertos y aquí es un hombre de ciencia quien actúa como héroe para toparse con la realidad de los redivivos ciegos. En la primera y tercera los templarios siguen vivitos y letales, siendo en la segunda neutralizados por el amanecer y en la última por la destrucción del ídolo adorado. En todas, menos la referida al buque errabundo, los planos de levantamiento de sepulturas son los usados en la primera, con añadidos dependiendo del lugar.

Y aún podríamos decir algo más pero como que te paso dos enlaces de ayuda y complemento interesante y me voy pensando una posible nueva entrada sobre los templarios ciegos. Que hay material, amigo, que hay material para otra... para otra, por lo menos.


Hoy los enlaces corren cara mis referentes Ultramundo y La Abadía.

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