martes, 23 de febrero de 2016

"La residencia".

Hará un par de semanas que me dediqué a aprovechar los tiempos de plancha y limpieza de cocina para ponerme entrevistas con Chicho Ibáñez y Jiménez del Oso y Naschy. De hecho, coinciden en un programa del famoso psiquiatra, hablando sobre el terror. Y, mira tú por dónde, Claustroman me advierte de que esta semana La 2 nos trae cuatro títulos de terror hispano. Qué alegría y qué oportunidad. De hecho, espero acabar de escribir esto y que me dejen poner La 2 para la peli de hoy. La conexión con Chicho se produjo ayer, cuando hablaron y televisaron La residencia. Película de 1969, opera prima del director y guionista que ya había triunfado en televisión, no solo en España, ejemplo de muy buen hacer en contra de lo dado. Porque si el terror no se asienta en las obras españolas, por entonces casi ni existía y siempre dependió de directores corajudos que le echaron valor y arte... para bien y para no tan bien.

Bravo por quien tuvo la idea de sacar esto de nuevo en televisión y le dedicó unos minutitos a hablar de ello antes de la película, presentándonosla. Y un bravo por la sonriente Elena S. Sánchez que nos ofrece la cara bonita que precede a la obra terrorífica. Ayer habló con una crítita de cine y solo lamento que esa charla no tuviese cinco minutos o diez más de amplitud. Lo que me encanta es que antes de las doce termina la proyección y te puedes ir a cama antes de que los fantasmas te ahuyenten, jeje.

La residencia, filmada en parte en los bellos parajes de un palacio en Comillas, narra las peripecias opresivas de un internado de señoritas perdidas, regido por una dura institutriz. La oferta del lugar es amplia pero el ambiente es de una rigidez espartana y acaba llevando a algunas internas a unas relaciones que suponen una catarsis en forma de poder y dominio, sumisión y hasta posibilidad de relaciones, lésbicas o heterosexuales. Para quien se tema las típicas escenas del cine que vendría que se olvide. El filme sugiere siempre más de lo que muestra, y no solo en este campo. Así, cuando una alumna se está enrollando con un chico, los planos que vemos son los de sus compañeras, en un rápido repaso de miradas, labios entreabiertos y movimientos de manos durante la clase de costura.

La directora mantiene el orden mediante la colaboración de algunas chicas, que juegan a doble banda: cumpliendo lo que la directora dicta y estableciendo una estado de poderío sobre sus compañeras, cumpliendo sus gustos. Así, la mano directa de la institutriz es una chica que tiene su grupito de acólitas, un par de llaves del lugar y su cuarto secreto donde se ven dibujos de desnudos. Su conducta es la de manipuladora y controladora con un lesbianismo o bisexualidad insinuada. Cumple y hace cumplir las normas pero esclaviza a sus congéneres.

Este ambiente hay que matizarlo ya que no todas entran por el aro de ser malas compañeras, habiendo una que es capaz de imponerse a la directora y cualquiera otra con su comportamiento rebelde. También se nota el compañerismo sano en la alegre recepción que muchas muestran a la última en llegar al internado. De hecho, la van ayudando y previniendo.

Hablamos de chicas pero no podemos olvidarnos que tenemos a un conserje mayor del que pronto sospechas un secreto, el hijo del carbonero que en cada entrega de leña se lleva a una al pajar y el adolescente hijo de la directora. Este, con la excusa de su asma y enfermedades que le doblegan, vive en un estado de reclusión, sin poder ver a las chicas ni relacionarse con ellas. Y es que su madre quiere para él a una mujer que sea como ella y le quiera como ella. Tras decirle esto, le besa en la mejilla pero es que al poco le da casi un pico. Una cosa es lo que diga ella y otra lo que haga él, enamorándose de al menos dos de las chicas. No al mismo tiempo, claro, que el joven parece buen rapaz, sacando sus escondidas miradas de lujuria que dedica a las chicas gracias a grietas y agujeros por los que las espía.

Si el ambiente de control no es suficiente para meter tensión, tenemos la desaparición de varias internas y los sustos que lleva la nueva, creyéndose perseguida por el conserje. Ella, tras la desaparación de una compañera, pasa a ser la amiga del hijo de la directora. Aquí me quedo con la escena a cámara lenta de un asesinato. Planos superpuestos del cuchillo y del cuerpo, una escena casi onírica en la noche en que sucede, la impresión del tiempo suspendido en el agónico intento de la chica por gritar.

Los cambios de cerradura, el control de las llaves, la vigilancia, los avisos, las ventanas cerradas del primer piso,... nada para la desaparición de chicas. La solución al misterio llegará de la mano de quien menos nos esperamos, de quien es capaz de cerrar a su madre con los cadáveres de las cinco, creo, chicas muertas que, descuartizadas, conforman un cuerpo que reproduce al de la directora en su juventud. Esta grita aterrorizada, mientras el asesino, desde el otro lado de la cerrada puerta, tranquilo, sin maldad, dice: Háblale, mamá, tras decirle que ha conformado a la mujer perfecta para él, la imagen de la madre de joven, tal como ella esperaba que fuera su novia.

Hoy, en unos minutos, en La 2, tendremos a Naschy y su Waldemar Nadinsky.

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